Mucho se está escribiendo sobre la nueva ley de educación y entre mentiras y verdades a medias se está creando un caldo de cultivo que no es bueno para la educación, ni mucho menos para la sociedad. Desgraciadamente los políticos no se ponen de acuerdo, porque las dos Españas de Machado siguen vivas y cuando un partido llega al poder deroga lo que el otro hizo. Pero en educación existe un peligro añadido, porque nos jugamos nuestro futuro, la esperanza de esta sociedad tan maltratada en los últimos años.
Hay una frase que desde que la leí y la estudié la repito a menudo. Es de Ramón de Campoamor, poeta realista de finales del siglo XIX: “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Llevada al mundo actual, este cristal serían los periódicos, las televisiones, las opiniones de tertulianos (esos que saben de todo), las redes sociales, … y esto que se ha venido en llamar fake news en el más puro anglicismo, que queda fino y muy moderno, pero que a mí personalmente me gusta llamar una falsa noticia o un bulo. Así, en nuestro querido castellano.
Varias de estas mentiras vienen disfrazadas de supuestas opiniones de presuntos sufridores de la ley. El domingo pasado, en el diario El Mundo, Olga R. Sanmartín ponía en labios de un alumno que la Ley Celaá iba a permitirle dejar de estudiar una asignatura. Ojalá existan esos alumnos que saben quiénes son los ministros y conocen las leyes. Toma además la articulista como referencia a uno de esos colegios concertados que “tienen ganada la gloria” como diría mi madre. No le interesó coger otro también concertado, pero élite, esos que de manera encubierta cobran cuotas a los padres para sufragar “actividades extraescolares”. Se le olvida a la articulista que los centros concertados son empresas y las empresas no se fundan para hacer actos benéficos, sino para ganar dinero. O para adoctrinar, como es el caso del centro de Entrevías que cita, pues es un centro de confesión franciscana. En esta vida nada es gratis, ya se sabe. A pesar de esto, valoro muy positivamente el trabajo de este tipo de escuelas situadas en barrios marginales de las ciudades. Si bien, su labor también podría desarrollarla igualmente (o mejor) un centro público aconfesional.
Pero el artículo que más me ha tocado la moral es el que publicó el tocap… de Pérez-Reverte hace unos días en el XLSemanal, titulado “El profesor vencido”. De nuevo, se toma como referencia a un presunto profesor, amargado y harto de las reformas socialistas (incluso lo pone como muy de izquierdas) para insultar a los pedagogos y al equipo de “pseudopedagogos” que vomitaron (textual) la LOGSE y destrozaron la educación en España. Llega a llamarlos hijos de puta. Está claro, que dicho profesor era más partidario de la obsoleta Ley General de Educación de 1970, promulgada en la época franquista.
Es conveniente hacer un poco de historia. Ya en el 2008 escribió Reverte un artículo titulado “Subvenciones, maestros y psicopedagogilipollas”. Le respondí en el artículo “De educación sabe todo el mundo”, publicado en mi blog (http://blogs.ujaen.es/apantoja/?m=200804 ). Obviamente, lo leyó muy poca gente, pues no tengo ni de lejos la proyección social de Pérez-Reverte. Claro, soy un simple maestro y pedagogo, un profesor titular de universidad sin importancia.
Pero retomemos el asunto. Es Pérez-Reverte un ignorante en toda regla en materia educativa y se atreve, tal vez porque ya no tenga ideas para su columna del XL, a arremeter contra todo el mundo. Contra los pedagogos o contra los psicopedagogos es fácil, porque nadie nos defiende, somos poca cosa, incluso innecesarios piensa él. Pero ofender, ofende. Eso lo hace con suma facilidad. Como he dicho, en este último artículo toma como referencia, tal y como hiciera en el anteriormente citado, a un profesor que me da la impresión que se despertó de un sueño de varios siglos y llegó a las aulas casi sin transición. Habla el profesor de estudiar griego antiguo y latín, como si estas lenguas muertas fueran la esencia de la vida. Como en su centro hay muy pocos que las estudien, pues son analfabetos. Yo las estudié, hice bachillerato de letras y al cabo de más de 40 años puedo decir que me han servido de muy poco. Pero hoy en día, servirían para menos. Pero no es ese el meollo del asunto. Se queja el profesor (o sea, Reverte) de que los alumnos ahora no tienen interés por Ovidio, Homero, Sófocles, o que ya no se dedica tiempo a estudiar la Escuela de Traductores de Toledo. Y claro, por arte de birli birloque, de esto tienen la culpa los pedagogos. Bueno, pues muy bien, para ti la pelota. Como maestro y pedagogo que soy, le digo varias cosas: 1) El que habla no tiene ni idea de lo que es la educación actual; 2) Estamos en el siglo XXI, los alumnos tienen intereses e inquietudes diferentes a los que este profesor piensa que deben tener; 3) Precisamente, un error pedagógigico de primero de preescolar es no ponerse en el lugar del que aprende; 4) El maestro, el profesor es el que debe crear el interés de sus alumnos por el aprendizaje. Claro, que Reverte, perdón el profesor, piensa que la educación cartesiana todavía está vigente, que el niño si se le aprietan las clavijas (a ver… estoy pensando… será eso de la letra con sangre entra) se enamorará del griego y de Sófocles y las frases de wasap o sus conversaciones en las redes sociales, estarán repletas de odas al viento o a los pétalos del jazmín amarillo. Ah, qué bonito es soñar, tener una máquina donde meter a los niños cuando nacen y devolverlos a plena Edad Media, donde no había estímulos de ningún tipo y el pensamiento estaba sesgado por la sociedad machista de la época. El problema, señor Reverte, es que estamos en el siglo XXI y la pedagogía, sí la pedagogía, se ha adaptado al tipo de alumnado que tenemos. Entre la pedagogía y el alumnado, están los profesores, en especial los profesores de instituto, porque los maestros no tienen el problema que argumenta en el artículo. Los profesores de instituto, muchos de los cuales son herederos del antiguo CAP, sin apenas formación en pedagogía y didáctica, mantienen una estructura de pensamiento cartesiana. Claro, esto lleva a argumentos fáciles como que los alumnos no saben escribir, tienen faltas de ortografía, no conocen el gótico, etc. etc. Y ¿quién tiene la culpa? Pues claro, la ley educativa.. y, por supuesto, los pedagogos. Si los alumnos que no superan los exámenes se les hiciera repetir y repetir hasta que cumplieran 100 años en los institutos, seguro que aprendían. O mejor, los expulsamos del sistema y que se busquen la vida. Ah, claro, los que tengan profesores particulares y los preparen no, esos que sigan. Sí, entiendo, señor profesor. ¿Acaso cree que si se pusiera el griego antiguo como asignatura obligatoria tres horas a la semana, los alumnos sentirían pasión por esta lengua muerta y tendrían una cultura clásica espectacular que acreditarían en sus largas charlas por wasap?
Concuerdo, eso sí, en que existe una falta de cultura básica en la sociedad actual y que el alumnado no sabe escribir, tiene faltas de ortografía y encuentra dificultades para argumentar ¿se puede corregir esto con una ley educativa? Soy profesor de universidad, pero casi 20 años atrás lo fui en Educación Primaria y en Secundaria. Señor Reverte, yo sé de educación y le digo que no son las leyes educativas las que hacen que ocurra esto. Las leyes entorpecen o mediatizan el ejercicio de la educación, esto es cierto, pero no son la clave. Son los centros los que tiene que crear con programas específicos, condiciones para que las competencias básicas (sí, competencias) se consigan. Y sí, señor Reverte, la transversalidad es imprescindible, el trabajo colaborativo, la resolución de problemas, la toma de decisiones, etc. Bien manejado por el profesorado, esto funciona, porque atrae al alumnado, le supone un reto, una aventura, algo nuevo, diferente. Sitúa el aprendizaje en el contexto en el que vive el niño de hoy. Por ejemplo, proponer un proyecto para representar una tragedia de Séneca en el salón de actos del centro y para ello deberán hacer un presupuesto (matemáticas, excel), estudiar la vida del autor (historia, ordenador, internet), adaptar la obra (Lengua, Literatura, Latín), preparar el vestuario (educación plástica y visual), hacer la propuesta de viabilidad de la obra (presentación en powerpoint o similar) y, lo más importante, ser muy creativos para poner en valor una obra de antes de Cristo (Religión). Sigo, señor Reverte.
Termino con una pregunta: ¿qué ha hecho ese amargado profesor para necesitar inhibirse de la realidad, para querer sentirse -como tanto repite Reverte en diferentes foros- un inglés en Marruecos? Cambiar la educación es una tarea ingente a la que nadie nos atrevemos, pero sí podemos cambiar la que tenemos a nuestro alcance. Si este profesor no consiguió nada es porque en realidad es un frustrado, no eligió bien su profesión, se equivocó, pensó que los niños ya nacen queriendo aprender todo, incluso lo que no les interesa o no le ven sentido. Este profesor no tiene ni vocación, ni sabe cómo crear en sus alumnos la ilusión por estudiar, la ilusión por levantarse cada mañana pensando en lo bien que se lo pasarán en el instituto a la vez que aprenden. Esta es la magia de la pedagogía, esa de la que tan poco sabe usted, señor Reverte. Zapatero a tus zapatos.