Para qué sirve un rey: Una mirada educativa

Los educadores nos encontramos ante una difícil encrucijada: cómo explicar democracia a nuestros estudiantes y encajar en la misma la figura de un personaje que no es elegido y que tiene un cargo que se hereda y que además es inviolable. A los estudiantes de bachillerato y universidad, se les puede argumentar que para que todos podamos seguir viviendo en el mismo país y no terminásemos en una guerra civil, hubo que inventar algo que se llama monarquía parlamentaria, que tiene esta excepción. Ya con esta edad te dirán que no lo entienden, que por qué es tan necesaria para una parte de la sociedad, si solo algunos países tienen rey. También, algún alumno más aventajado podría decir que si la constitución habla de rey y no de reyes, porque Juan Carlos I es emérito. Buena pregunta, le diría. Siempre habrá algún estudiante más politizado que podría decir ¿no es el PSOE un partido republicano? ¿por qué apoya tan cerradamente la monarquía?
Como actividades, en la universidad podríamos leer en clase las noticias publicadas en algunos periódicos, cómo ABC y La Razón, comprobando cómo defienden la figura del rey como si viviéramos en la Edad Media, al mismo tiempo que otros periódicos, como el Mundo ofrecen dos caras, y el País y la Vanguardia se decantan por reflexionar sobre lo que supone un rey en una democracia. Volviendo a la escuela, podríamos leer algunos cuentos de príncipes y princesas, hacer dibujos en papel o en la tablet y debatir sobre la figura del príncipe azul. Aquí ya aparecerían los rasgos de machismo que presenta y la cosificación de la mujer que está dispuesta ser un adorno con tal de contar con la complacencia del príncipe azul. Avanzaríamos a Primaria y allí no nos quedaría más remedio que darles la mala noticia de que el príncipe azul no existe. En los institutos, la polémica estaría servida si hablamos de la infanta Leonor y cómo por haber nacido donde ha nacido será la nueva reina de España. Buen momento, para señalar el toque de modernidad que supone que sea una reina y no un rey, como viene siendo costumbre. Claro que habría que tratar el papel que tiene en todo esto la reina doña Leticia, pues además de traer al mundo los niños, no es más que un florero dentro de un salón. O sea, un condimento ultramachista del tema. Cuando los niños de Infantil dibujen el rey, su familia y la monarquía, pensarán qué bonita familia forman. Al menos de cara al exterior. Ya en Primaria se les podría plantear ¿y si los reyes hubieran tenido un hijo varón, qué habría pasado? Es probable que en esta etapa ya piensen cómo Felipe VI llegó a rey, teniendo hermanas mayores. Es varón y el varón en monarquía está por encima de la mujer. Uff, vaya patada a la igualdad de género. Pero, que nadie se preocupe, al rey se le permite todo.
Será difícil el debate sobre el sueldo del rey y del presidente de gobierno. Pedro Sánchez, sobre 84000 euros, mientras que el rey Felipe VI se echará en el bolsillo 242000 euros. Creo que por muy monárquico ortodoxo que sea el alumno de final de Secundaria y de universidad, va a ser complicado justificar tal diferencia.
Seguro que los universitarios, tratarán la figura del rey emérito y lo publicado en prensa en los últimos 20 años, sus devaneos amorosos continuos, su afán por despilfarrar el dinero y la gran fortuna que tiene, tremendamente exagerada en relación con lo que ha cobrado hasta ahora del estado. Claro, que habrá que analizar la opinión de políticos, tan respetados como Felipe González, que ponen el acento en la presunción de inocencia y en su gran apoyo a la democracia, para minimizar lo que es incuestionable: las grabaciones de su amante Corina y las cuentas en Suiza y en otros paraísos fiscales reales, no reales de rey, sino reales de sinvergüenza y corrupto. A cualquier ciudadano de a pie si se compra un chalet de varios millones de euros, un coche de alta gama y lleva una vida de despilfarro, Hacienda lo llama y lo investiga. Pero al rey emérito, no, es inviolable.
Se me ocurre para terminar un debate virtual sobre la entrevista que mi admirado Julio Anguita concedió a la Sexta, en la que dice frases tan rotundas y llenas de contenido como estas: “Es un pícaro que podía cantar y le han buscado la salida de hacerle inviolable”, “la inviolabilidad del rey es un artículo nefasto porque se dice que todos somos iguales ante la ley y él no”, “el que sea rey emérito se lo han sacado de la manga”. Mis alumnos del grado de Educador Social, a los que tanto les gusta debatir, tendrán aquí para rato. Cuando salgan a colación los presuntos negocios ilícitos de Juan Carlos y la fortuna amasada durante todo su reinado, puede que ardan los tertulianos más guerrilleros. Lo que más pena me da de esta historia, por poner algo de humanidad y dignidad, es la reina consorte, Sofía.
Después de tantas reflexiones, actividades y debates, sigo sin saber bien para qué sirve un rey. Igual mis alumnos me lo pueden explicar.

¿Desprecio a la profesión de maestro o ignorancia?

nino-y-maestraTras leer los titulares que diversos medios informativos han dedicado a las recientes palabras del presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González,  me inclino en pensar que lo que este político tiene y los que le rodean y asesoran es ignorancia de lo que significa ser maestro. Uno de estos titulares dice así: Madrid pedirá que los titulados universitarios sin magisterio puedan opositar a maestros. O sea, ampliar el acceso a las pruebas de maestro a titulados universitarios que no hayan recibido formación de Magisterio, de manera que puedan ejercer como tales.  ¿ Y para qué? Pues parece que para mejorar la calidad. Aquí me pierdo, porque se supone que la calidad depende de la preparación de los profesionales que ejercen la labor de enseñar. Si pones al frente de un aula a una persona que no se ha preparado para tal función ¿cómo podrán ir mejor las cosas? Sería algo así como que para mejorar la medicina se permita que la ejerzan, tras la superación del MIR, profesionales como enfermeros o biólogos. Increíble, qué idea más potente ¿se le habrá ocurrido al señor González sólo o en largas sesiones de debate con sus asesores?

Optimizar la forma de acceder a los estudios, es buena idea; exigir mejores notas a los que quieran ser maestros, es buena idea; modificar los planes de estudio, es buena idea; mejorar el sistema de acceso a los estudios de magisterio, es buena idea; reorganizar el modelo de Practicum, es buena idea; mejorar el sueldo de los maestros tras tantas exigencias, es mejor idea. Pero, señor Ignacio González y asesores, que cualquiera pueda ser maestro sin estudiar magisterio, es una pésima idea. Y lo peor, como decía al principio, una gran ignorancia. Porque lo que se necesita para ser un buen maestro es una formación especializada en pedagogía y grandes dosis de vocación. Especialmente sin esto último no se puede ser maestro.

En este tipo de propuestas hay un gran desconocimiento de la profesión de maestro y mucho desprecio a la misma.

 

La noticia en dos periódicos:

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/04/22/madrid/1398168019_167986.html

http://www.elmundo.es/madrid/2014/04/22/53564741e2704e20518b456c.html

 

Un hito histórico: el comienzo de las clases en la UJA

En este curso 2013/2014 las clases comienzan en la UJA el día 9 de septiembre. Que yo recuerde, no existen precedentes históricos en los que la universidad echeDOCU_IDEAL a andar antes que en Infantil, Primaria o Secundaria. Es decir, somos los primeros. El cambio de modelo obedece a un nuevo sistema de reparto del tiempo académico y, de manera especial, a la moficación drástica del periodo de exámenes. Desde mi punto de vista esto no es acertado, porque probablemente los nuevos periodos favorezcan las cuestiones administrativas, pero penalizan las pedagógicas. Me explico. El alumno que suspende una materia en los exámenes de mayo-junio dispone sólo de dos semanas para preparar los de junio-julio. Y puede que ni esto, puesto que el profesorado tiene oficialmente 15 días para corregir los exámenes y, en los casos de clases numerosas, es fácil que se agote este tiempo.

Me decía una alumna en mi despacho la semana pasada: “Antes disponíamos del verano para preparar las materias suspensas. Era ya un problema nuestro que lo hiciéramos o no, pero ahora esto ya no es posible”.

Los plazos de aprendizaja y asimilación requieren un tiempo, lo que no se estudia en un cuatrimestre no puede hacerse en 15 días, pero sí en dos meses. El proceso se podría complementar con indicaciones de estudio por parte del profesorado, dirigidas a la preparación de las asignaturas suspensas en el tiempo estival. Se mantendrían así los exámenes de septiembre, planificándolos desde el mismo día 1. Pero igualmente deberían buscarse nuevas estrategias de matriculación que facilitasen que a finales de septiembre todos los alumnos estén ya listos para iniciar el nuevo curso académico. Esta fecha es más lógica y eficaz que hacerlo a principios de mes cuando, en muchos casos, ni se ha contratado el profesorado necesario.

El tiempo dirá lo acertado o no de la medida.

 

Formarse para el paro o para la emigración

Era una noticia de hace sólo unos días: “Ecuador necesita a medio plazo 5 .000 docentes para dar clase a nivel infantil, así como de primaria, secundaria y bachillerato, y un medio millar de docentes universitarios…”. El titular decía “Ecuador ofrece trabajo a docentes en España”. Quien nos lo iba a decir a los arrogantes españoles, que hace muy pocos años nos mostrábamos enfadados con la llegada de inmigrantes a nuestro país, un país que creíamos con una riqueza casi inagotable. Recuerdo la frase de “España va bien”, dicha con tal altanería y prepotencia que se exportó a todo el mundo ¿Y ahora qué? Se le podría decir a aquel político que tanto contribuyó a que aquella riqueza (efímera riqueza) se concentrara en torno a la construcción de viviendas. Al amparo de la misma se constituyó de forma paralela toda una legión de especuladores y unos banqueros irresponsables que dilapidaron la inagotable riqueza que aquel político postulaba en sus discursos. Y así llegamos al momento actual en el que encontramos un país arruinado y un nutrido grupo de ladrones que salpican las noticias de los medios de comunicación. Otros ladrones, más espabilados, están pasando desapercibidos porque dejaron bien preparada su salida del escenario especulador.

Pues bien, esta es la situación. Un país con un paro de un 26,26% tiene un gravísimo problema que debe atajar como sea. Y aquí viene mi reflexión y la noticia con la que comenzaba este post: estamos formando estudiantes para enviarlos al paro o para emigrar. Es decir, el estado español pone los fondos para formar a ciudadanos competentes en una determinada actividad y después son otros países los que les sacan el rendimiento. Esto en el mejor de los casos, porque la otra posibilidad es pasar a engrosar las listas del paro. Realmente, es muy, pero muy triste.

Todos lo sufrimos de manera más o menos cercana: hijos, primos, amigos, hijos de amigos, conocidos, etc. que se encuentran ya fuera de España. El hijo de un amigo, arquitecto técnico, está en Londres buscando trabajo, ahora sirve pintas en un pub y mejora el nivel de inglés hasta que le salga algo. El hijo de una vecina ya pasó por esto y ya ha sido contratado como ingeniero informático en una empresa que desarrolla software para la aviación inglesa. La hija de otro vecino es arquitecta y está haciendo sus primeros pinitos en el diseño de edificios en un despacho de Berlín. Una persona muy cercana a mi familia, ingeniero de caminos, desarrolla proyectos de construcción de centrales térmicas y de infraestructuras eléctricas en una empresa española afincada en latinoamérica. Y muchos otros están fuera de España buscando trabajo en lo que sea y, al final, terminan trabajando en algo distinto para lo que fueron preparados. ¿Sigo? Sería aburrido porque la lista no tendría casi fin. Y me refiero a los que están buscando trabajo o trabajando fuera de España, no digo nada de los sueldos que cobran, ni si están viendo cumplidas sus expectativas profesionales. Pero al fin y al cabo todavía es una minoría, porque el resto, o sea la inmensa mayoría, está en el paro. O, como medida paliativa, sobreformándose realizando uno o varios másteres que pagan como pueden, dados los costes de las tasas universitarias (de Wert prefiero no hablar).

El colofón final lo ponen noticias como la que da comienzo el post, la contratación masiva de personal de la enseñanza. O sea, nosotros formamos a los formadores para que estos formen en otros países. Y digo yo ¿no es esta una perversión del sistema? Nuestros maestros, nuestros profesores de secundaria y nuestros profesores de universidad estudian y se preparan para ser formadores de nuestros ciudadanos. Esa es la inversión del país, una buena formación que redunde en la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos, no de ciudadanos de otros países. Porque no se trata de un hecho puntual, que un maestro se vaya a Ecuador a impartir clases, bien porque le apetezca el reto o porque desee cambiar de aires, sino que miles de maestros españoles se van a Ecuador a trabajar para formar a ciudadanos ecuatorianos porque, desesperados, no les queda más remedio.

Nuestros políticos, sí los políticos españoles, esos que no se dan por aludidos, deberían sentir cuanto menos vergüenza de esta situación y poner los medios para que los titulados mejor formados de nuestra historia puedan tener un trabajo digno y acorde con su formación aquí en España. Es evidente que el modelo económico vigente está trasnochado y no funciona, por lo que será necesario reinventar uno diferente en el que la nueva generación de gente formada pueda tener algo que decir ¿se avecina una revolución?

Redes sociales, universidad y empleo

formacionprofesional_linkedin-studentjobs-becas-para-estudiantes-y-empleos-para-recien-graduadosDesde hace años tengo una cuenta en la red LinkedIn (http://es.linkedin.com/) que me aporta relaciones con compañeros de otras universidades y con gente en general que tienen intereses profesionales similares a los míos. Cuando la descubrí pensé que era una buena idea que profesionales, expertos en materias concretas, pudieran tener una relación más continua y directa para compartir informaciones, pedir ayuda, etc. Mi cuenta http://www.linkedin.com/in/antoniopantoja se ha ido agrandando poco a poco y ahora tengo compañeros/amigos de muchas partes.

Hace unos días me llegó un enlace a un artículo titulado “Siete redes sociales para que universitarios y recién graduados busquen empleo”, que no tiene desperdicio. Se trata de facilitar el contacto con empresas a jóvenes estudiantes o recién graduados, para un mejor conocimiento entre sí y puedan aumentar las posibilidades de acceso al primer trabajo. Un bien escaso hoy en día. La novedad de estas nuevas redes sociales es que adelantan el futuro laboral, al plantear al estudiante desde el mismo momento que inicia sus estudios universitarios, que piense ya en qué hará cuando termine los estudios. Es decir, lo contrario de lo que hacen ahora la mayoría de los universitarios.

Una buena idea sería integrar en el Plan de Acción Tutorial de la universidad el acceso y buen uso de estas redes sociales, personalizando de acuerdo a las expectativas, intereses y formación del alumnado, las propuestas que se hagan. Hay muchas opciones: colgar el currículum y/o el videocurriculum, el perfil educativo y profesional, los  intereses, las habilidades y capacidades que se poseen, acceder a ofertas de empleo y, o más jugoso, tener un contacto directo con las empresas de cada sector. Sería muy interesante hacer un seguimiento desde que el alumno se inscribe en una red social al comienzo de los estudios hasta que los termina.

El artículo en cuestión se puede encontrar en:

http://www.consumer.es/web/es/educacion/universidad/2013/06/05/216945.php

Yo estudié en la pública

Llegaron las vacaciones estivales, acabó uno de los cursos con más sobresaltos de los últimos años. La crisis europea y española han acechado a lo público, como si en el servicio básico del estado a todos los ciudadanos estuviera la clave de todos nuestros males. Recortes y más recortes, amenazas y más amenazas, siempre a los más desprotegidos del sistema. Las medidas del gobierno penden sobre lo público como una espada de Damocles a punto de precipitarse sobre nuestras cabezas ¿Por qué? ¿Acaso tenemos los funcionarios la culpa de la crisis? ¿Somos de alguna manera responsables de que los mercados nos ataquen? ¿Tenemos algún tipo de vínculo con la vergonzosa gestión de algunas entidades bancarias que nos están arrastrando a la ruina? ¿Acaso los que nos dedicamos a lo público hemos tenido que ver con la especulación inmobiliaria?. Entonces ¿Por qué la escuela y la sanidad públicas tienen que pagar los platos rotos?

Estas reflexiones me llevan a reivindicar lo público como un valor que nuestra sociedad no puede perder. De manera especial, la educación pública. Toda mi vida de estudio desde el antiguo preescolar hasta la universidad y después cuando seguí hasta hacer la tesis doctoral, la he pasado en centros públicos, jamás estudié en ninguna institución que fuese privada. Y me siento muy orgulloso de ello por muchos motivos. El principal que les digo a mis hijos, que al igual que yo han cursado todos sus estudios en centros públicos, es que la educación no es amiga de adoctrinamientos, es un derecho de todos los ciudadanos que los hace más iguales, que los dignifica, que permite que la sociedad entre en el sistema educativo y sea partícipe de él. Cuando los alumnos pisan un centro público, la familia queda atrás y la escuela pasa a ser un espacio en el que no caben distinciones de ningún tipo. La educación actúa como niveladora de los desajustes del sistema social. Esto sólo lo consigue la escuela pública.  Todos debemos luchar porque este derecho no se pierda enmascarado en medidas que algunos políticos dan por irremediables.

Dice el refranero popular que “como muestra un botón”, aquí os dejo el vídeo siguiente en el que se ofrece una panorámica real de lo que es la escuela pública. Tomemos conciencia y no nos callemos. Sí, yo estudié en la pública y mis hijos también. Lo digo con orgullo.

YO ESTUDIÉ EN LA PÚBLICA

Una siesta de doce años

Os dejo a continuación un artículo de Carles Capdevila titulado “Una siesta de doce años”, que fue publicado en el diario Avui el 29 de octubre de 2009. Es un poco antiguo, pero cobra plena vigencia en la actualidad, dadas las medidas del gobierno de ataque frontal a la función pública, con especial impacto en la educación. En él se dice mucho en contra del oficio de padre, tal y como lo interpretan algunas familias, y se reivindica el oficio de maestro, algo vital en cualquier sociedad democrática moderna.

Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de volver a casa.
Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca.
Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros de socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga . Los niños de entre dos y doce años no tienen quien les escriba.
Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años.
Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera.
Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es bastante más que un problema.
Pido perdón tres veces: por colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es -lo siento mucho- hablar bien de ellos.
Sé que mi doble condición de padre y periodista, tan radical que sus siglas son PP, me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista esta semana).
Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’. La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos?
Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en una playa de Hawai están encerrados en alguna escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados.
Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad.
¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.

Formación y empleo no van de la mano

Hoy mismo camino de casa escuchaba en la radio la noticia: los españoles son dentro de la Unión Europea los que tienen más diferencia entre su formación y la que les exige el puesto de trabajo que están desempeñando. Es decir, vamos “sobraos” de formación y, por consiguiente, el sueldo que se cobra no es acorde con el esfuerzo previo del trabajador. Varias lecturas merecen tal dato. Por un lado, que la política tan criticada por muchos, y derivada de la puesta en marcha de la LOGSE y la ampliación de la escolaridad hasta los 16 años ha dado algo de fruto ¿o no es así? Por otro, está claro que se estudia una carrera, que se prepara al alumno para ser competente en una profesión determinada y, finalmente, se termina trabajando en otra muy distinta. Y esto no deja de ser una desgracia para el país, pero especialmente para la persona que ve frustrados años de esfuerzo y dedicación para prepararse en algo que al final sólo queda enredado en el recuerdo de las aulas universitarias. La historia de los egresados es muy dura y muy triste a la vez.

Hace sólo unos dias he regresado de un viaje por tierras de Escocia e Inglaterra y he podido comprobar en toda su crudeza lo que estoy comentando. En cualquier tienda de las muchas regentadas por pakistaníes o por indios, en los pub del más puro estilo inglés, … había personal español. Tras entrar y decirles si hablaban español, el dependiente se dirigía al españolito de turno para que nos atendiera. Con los que pude hablar constaté que eran jóvenes con una carrera universitaria y un buen nivel de inglés. Desde traductores a ingenieros o arquitectos sirviendo pintas en bares ingleses.Vaya categoría, pensé, y qué derroche de inversión pública en formación ¿Para qué?  ¡Qué despropósito de la vida!

Estamos en tiempos de crisis, es cierto, pero no deja de ser lamentable que la mejor generación formada de nuestra historia termine realizando trabajos sin cualificar, al menos transitoriamente, porque como profesor universitario albergo toda mi esperanza en que tantas horas de estudio, tantos esfuerzos titánicos para terminar una carrera y obtener una formación  de calidad, revierta de una manera real en España.

Un profesorado universitario para Bolonia

En este post quiero llamar la atención a todos los lectores de mi blog, alumnado, profesorado, curiosos, interesados en la orientación y la tutoría y a los que por azar llegáis aquí, sobre los cambios que en pocos años están aconteciendo en nuestras universidades. Algunos pensaréis que me voy a referir al Plan Bolonia, aunque en cierto modo es así, no es exactamente. Se trata del nuevo modelo de profesor, que paralelo a la implantación de los Grados, se está instaurando de forma paulatina.

Cuando llegué a la universidad trabajé varios años como profesor asociado. Tenía sobre mis espaldas 17 años de experiencia como docente en todos los niveles educativos, desde Infantil hasta Secundaria, pasando por Adultos. Mi experiencia previa ha sido siempre un orgullo personal, porque con ella completo el ciclo de todo docente, hablar de aquello que se conoce y se ha vivido. Ya sufrí algo que me parece cada vez más injusto, la baja puntuación en los baremos de acceso que se otorga a la docencia no universitaria. Un simple artículo en una revista considerada “buena”, es decir, que tenga una adecuada posición en los ranking al uso, vale mucho más que toda una vida dedicada a aquello que ahora se va a enseñar en la universidad. Pero así están las cosas y lo aceptas o te dedicas a otra cosa.

Lo cierto es que conseguí llegar, me costó mucho trabajo, pero lo logré. El primer día que me puse ante los alumnos comprobé lo importante que era hablar de aquello que se conocía por los libros y por haberlo vivido. Haberlo vivido, qué importante es. Y mis alumnos lo reconocieron desde ese primer momento, por las anécdotas, por hablar de problemas reales, de soluciones reales, de situaciones reales, … de vida. Un profesor de universidad que enseña a maestros y ha sido antes maestro sabe de lo que está hablando, interpreta lo que muchos autores importantes dicen en los libros y pone en la realidad las teorías que iluminan, pero no dan luz suficiente cuando a las situaciones problemáticas se pone cara y ojos. Sabéis a qué me refiero.

Pues bien, prácticamente a raíz de iniciarse la implantación del Plan Bolonia las universidades están apostando por un profesorado joven, sin experiencia previa. No es que lo busquen, pero las condiciones económicas de un profesor sustituto interino hacen que nadie con experiencia (normalmente un funcionario) se decida a dejar su trabajo para conformarse con un sueldo bajo en relación con lo que se exige al trabajador.

Me imagino a un cirujano que enseña a operar a los futuros médicos sin haber estado antes en un quirófano de un hospital, a un abogado que explica técnicas de oratoria y persuasión sin una experiencia en un jucio real, a un arquitecto nunca edificó un bloque de pisos mostrando los inconvenientes que presenta la construcción y así seguiría la lista. No se trata de que todo el profesorado cuente con esta experiencia previa, ni mucho menos, hace falta también profesores noveles que se formen en las aulas, pero la comunidad universitaria y la sociedad no deberían permitir que se relegue al olvido al profesional que accede a la universidad desde un contexto de trabajo al que ha dedicado parte de su vida y desde el que puede promover procesos de mejora de la  formación del alumnado.

La convivencia en nuestras aulas universitarias de profesores con experiencia previa y profesores noveles es, bajo mi punto de vista, una exigencia irrenunciable en una docencia universitaria de calidad.

Metodologías activas y aprendizaje tradicional

Aquella tarde recibí más correos que ningún día, eran alumnos desesperados al borde de un ataque de nervios. Algunos incluso llegaron a llamarme por teléfono en un impulso de desesperación ¿cuál era la reazón? Bien simple, una autoevaluación de la materia que incluía preguntas sobre contenidos y no sobre reflexiones.

Desde que inicié mi andadura como profesor de universidad y fiel a mi formación como maestro, he intentado mantener un modelo de trabajo que primara el aprendizaje del alumno apoyado en la tutoría por encima de otras opciones docentes. Si lo he conseguido o no esa es otra cuestión, pero lo cierto es que año tras año he recibido claros mensajes de mis alumnos, una vez terminada y evaluada la asignatura, de que el sistema era bueno, un tanto agobiante para ellos al basarse en una evaluación continua, pero mucho mejor que el examen tradicional. Es evidente, que este modelo no conlleva rendir cuentas al final del cuatrimestre, al menos en forma de una prueba escrita.

Mi apuesta por metodologías activas, como trabajo cooperativo, aprendizaje basado en problemas, estudio de caso, etc., así como una evaluación contextualizada que atienda al proceso fundamentalmente y se adapte a las necesidades y la realidad de cada alumno, ha ido puliéndose y mejorándose con el paso de los años. Tenía claro que había conseguido mantener el interés de los alumnos por los planteamientos de la materia y su actualidad, propiciar reflexiones críticas y debates en clase y fuera de ella (foros y blog), aumentar el nivel de asistencia a tutoría, mejorar notablemente la capacidad de gestión de la información y otras muchas competencias que se requieren a los profesionales de la educación, la  psicopedagogía y la orientación. Pero, curso tras curso notaba que falta algo al modelo de trabajo.

Incluí un perfil de facebook a modo de ensayo, mejoré el blog en el que ahora estoy escribiendo, depuré el sistema de portafolios, sistematicé el trabajo en el aula con documentos de última hora, noticias recién aparecidas, vídeos y otros muchos recursos de máxima actualidad profesional. Igualmente, inicié un sistema de itinerarios formativos dentro de la materia, que hicieran que cada alumno pudiera ver cubiertas sus expectativas, muchas veces enfocadas a una buena calificación final. Pero seguía notando que faltaba algo. Y eso a pesar de que la evaluación de mis asignaturas y de mi trabajo era muy alta.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de un asunto que por trivial había permanecido oculto en un segundo plano ¿cuál era el grado de relación entre la metodología activa propiciada en mis clases y los conocimientos reales de la materia? Me refiero a los contenidos, a esos contenidos tradicionales, tan necesarios cuando uno se enfrenta a situaciones reales. Las competencias adquiridas son muy importantes (me acuerdo ahora de las competencias básicas de la escuela), pero los contenidos también. Fue en ese preciso instante cuando mi modelo de trabajo empezó a hacer aguas.

Hice una revisión del mismo e introduje algunos elementos nuevos que mejorarían los resultados finales, a los que añadí un condimento nuevo, el ingrediente que iba a conseguir integrar las competencias y habilidades derivadas de las metodologías activas, con los conocimientos tradicionales. E inventé la pólvora: un examen. Ahora bien, ¿qué examen?. Además, un examen de repente podría pervertir el sistema. Pensé, voy a realizar un ensayo, un experimento con gaseosa, es decir, sin ningún efecto nocivo para los alumnos, sin repercusión en la nota final, salvo las situaciones que comentaba al comienzo de este artículo. Ideé una prueba objetiva autocorrectiva a distancia y con materiales. A priori parecía algo fácil, si sabían cómo acceder al conocimiento y realmente lo dominaban, todos lo harían bien. Le puse el nombre de “autoevaluación global”, al menos en esta ocasión, el año próximo tendría nombre y apellidos: prueba objetiva. Y contaría en la nota final.

Los resultados, en este ensayo, han sido bastante desoladores. Pero si los químicos, los físicos, los médicos, etc. y tantos otros hacen sus experimentos y consiguen mejorar la profesión a la que dedican su vida ¿cómo no vamos a conseguirlo los pedagogos? Estoy en ello y… lo conseguiré. Llegado el momento daré cumplida cuenta en este blog.