Una siesta de doce años

Os dejo a continuación un artículo de Carles Capdevila titulado “Una siesta de doce años”, que fue publicado en el diario Avui el 29 de octubre de 2009. Es un poco antiguo, pero cobra plena vigencia en la actualidad, dadas las medidas del gobierno de ataque frontal a la función pública, con especial impacto en la educación. En él se dice mucho en contra del oficio de padre, tal y como lo interpretan algunas familias, y se reivindica el oficio de maestro, algo vital en cualquier sociedad democrática moderna.

Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de volver a casa.
Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca.
Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros de socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga . Los niños de entre dos y doce años no tienen quien les escriba.
Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años.
Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera.
Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es bastante más que un problema.
Pido perdón tres veces: por colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es -lo siento mucho- hablar bien de ellos.
Sé que mi doble condición de padre y periodista, tan radical que sus siglas son PP, me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista esta semana).
Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’. La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos?
Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en una playa de Hawai están encerrados en alguna escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados.
Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad.
¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.

Autor: Administrador

Profesor titular de universidad Área de Métodos de investigación y diagnóstico en educación Universidad de Jaén

2 opiniones en “Una siesta de doce años”

  1. Me parece un artículo fantástico. El autor de éste ha reflejado la realidad perfectamente, ya que parece ser que cuando los niños llegan al colegio y hasta el momento de la adolescencia que la educación, según la percepción de algunos padres, tiene que darse dentro de la escuela limitándose ellos solo a la crianza y manutención de los pequeños. Mientras que hace 50 años, los maestros eran algo importante en la sociedad, aunque con sueldos miserables, ahora hay padres que se enfrenta a estos dándole “vuelos” a un niño de secundaria o incluso de primaria.
    Creo que es necesario concienciar a la sociedad de que la familia y la escuela tienen que trabajar en equipo para el bienestar y el futuro de los niños y no dejar la educación de éstos solamente a los maestros, ya que la función de estos es más amplia que la de educar a sus alumnos, por lo que no es culpa de estos que los niños se estén criando como lo están haciendo.

  2. Este articulo me ha parecido fantástico al igual que a Lorena, ya que plasma lo que verdaderamente sucede en la actualidad que vivimos, en la que todos queremos ser muy “modernos e independientes”, con ello me refiero a lo que habla el autor de que vivimos en una sociedad en la que la educación de los hijos/as se ha ido de las manos, donde como bien dice no saben realizar actos tan simples como comprar el pan, pero ya si que son capaces de volver a casa de madrugada con exceso de alcohol en sus venas, pero es que el niño/a tiene que aprender a ser independiente. En mi opinión creo que ello se debe primeramente a la sociedad por permitir que niños/as de 12 años estén jugando con sustancias en vez con muñecas o balones de futbol y en segundo lugar por los padres, por dormirse y dejar la educación de sus hijos en su totalidad a la escuela, y es que ahí se ve la importancia que tiene que se establezcan lazos entre familia y escuela para trabajar unidos y conseguir así el desarrollo pleno del niño/a.

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