Acaba de finalizar el estado de alarma. La situación mejora ya que, poco a poco, le vamos ganando la batalla al coronavirus. Pero el coste ha sido muy alto, sobre todo en vidas, en las relaciones sociales y en la economía, tanto personal como a gran escala. Las batallas, aún cuando se ganan, dejan profundas secuelas.
Ahora se nos abre una nueva ventana a la esperanza. Deseosos de tomar aire fresco, el cese de las severas limitaciones impuestas por la pandemia nos genera la alegría de poder compartir buenos ratos con nuestros seres queridos, sin restricciones de espacio y de tiempo. Y, por fin, disfrutar de la montaña y de la playa a quienes nos pillaba lejos. Pero nuestro sentido común nos dice que no debemos bajar la guardia. Quizás estemos ganando alguna batalla, pero la guerra continúa.
Con el botellón perdemos los sesos
Si nos vamos de botellón a celebrarlo sin más, menospreciando al enemigo, sin ser prudentes y estar alerta, estamos siendo, cuando menos, unos necios. No se puede ganar la guerra mirando por encima del hombro a este cruel adversario.
No debemos quedarnos en que sólo protegiendo a las poblaciones de riesgo los demás somos invulnerables. Además, así también vamos a propiciar restricciones socio económicas que repercutirán gravemente sobre nosotros, los ahora causantes. Nuestro valor ha de mostrarse como una compensación al miedo, en un equilibrio que no nos haga perder el seso.
Al inicio de la pandemia el miedo, más que justificado, se apoderó de nosotros. El miedo es una reacción básica que nos alerta y protege. Aunque existen trastornos bien conocidos asociados al miedo (a volar, a las serpientes ¡e incluso a nosotros mismos!, por citar algunos), el miedo a la pandemia no es una de estas fobias que principalmente generan ansiedad y evitación. Si bien está claro que la depresión y la ansiedad, junto al miedo por una amenaza presente, han sido daños colaterales del coronavirus.
Neurobiología del miedo
Definir el miedo, esa emoción tan compleja, es de todo menos sencillo. Desde el punto de vista neurobiológico podríamos decir que se trata de una emoción de anticipación que se desencadena, a través de estímulos externos o internos, cuando percibimos una situación que pone en riesgo nuestra seguridad. O la seguridad de lo que nos importa.
Una estructura cerebral con forma de almendra llamada amígdala parece jugar un papel clave en la gestión del miedo. Lo sabemos porque cuando se daña no se ven afectadas ni la inteligencia, ni la memoria, ni el lenguaje ni la percepción. Pero sí se alteran seriamente el condicionamiento al miedo, el reconocimiento del miedo en las expresiones faciales y el comportamiento social mediado por emociones asociadas al miedo.
Es más, existe una alteración congénita rara, denominada enfermedad de Urbach-Wiethe, que cursa con daños importantes en la amígdala haciendo que quienes la padecen no experimenten miedo.
El “Juan sin miedo”
Y ahora nos preguntamos: ¿qué ocurre cuando perdemos el miedo? Pues que nos la jugamos. Y tentamos a la suerte, por muy preparados que nos creamos. Sirva como ejemplo el caso de Álex Honnold, el “hombre sin miedo”.
Álex es un escalador de grandes paredes, paredes de roca de casi mil metros. Intrépido, como otros muchos escaladores. Lo que le hace diferente y especial es que escala en la modalidad denominada “solo integral”, es decir, sin utilizar cuerda o equipo de protección alguno que impida que impacte contra el suelo en el caso de una posible caída. No dejen de ver el documental, ganador de un Óscar, “Free solo”. Pone los pelos de punta.
Si Álex es capaz de estas proezas es porque su circuito cerebral está alterado, tal y como reveló un estudio basado en las resonancias magnéticas funcionales de su cerebro. Aunque su amígdala se encuentra en el lugar y con la forma que le corresponde, no se activa cuando a Alex se le presentan imágenes que sí hacen que se active la amígdala de un escalador digamos que normal.
De su caso se deduce que como perdamos el miedo, a la pandemia o a lo que sea, vamos de cabeza, y nunca mejor dicho.
La falta de amígdala puede dar lugar a comportamientos muy curiosos, como ocurre en el interesante caso de la mujer hiperempática. La amígdala se encuentra en una zona del cerebro denominada lóbulo temporal. Y una de las formas más comunes de epilepsia es la epilepsia del lóbulo temporal.
A esta mujer, que padecía severas crisis epilépticas, se le extirpó la amígdala (al no responder a ningún tipo de medicación). Como consecuencia, además de desaparecer las crisis epilépticas, inesperadamente desarrolló un comportamiento empático mucho mayor de lo normal, y mantenido durante años. Mientras el resto de sus facultades mentales eran de lo más normal.
Lo más fascinante es que esta mujer, además de ser muy empática emocionalmente, también lo era cognitivamente. O sea, tenía la habilidad de deducir los estados mentales de otras personas, como sus creencias e intenciones, sólo con mirar a los ojos.
Sin embargo, hemos de tener en cuenta que hay casos en los que la hiperempatía se convierten en un trastorno de la personalidad con implicaciones psicológicas graves. Y no solo por el exceso y desgaste de sufrimiento por los demás, sino porque también podría llevar a entender y justificar el maltrato de tu pareja y por qué hay mujeres que aman a psicópatas.
Como conclusión, y tal y colmo comentamos al principio, no debemos bajar la guardia ni perder el miedo a la pandemia, ya que el miedo nos mantiene alerta y nos defiende a nosotros y a los demás. Disfrutemos el fin del estado de alarma siendo capaces de transformar las chispitas de miedo en prudencia y buen quehacer.
Recordemos la frase que se atribuye a Alejandro Magno:
“De la realización de cada uno depende el destino de todos”.
Nuestro orgullo patrio de disfrutar de uno de los mejores sistemas de salud del mundo se ha desinflado casi por completo durante este último año. La pandemia por COVID-19 ha puesto de manifiesto que el sistema sanitario español es mucho más frágil de lo que podríamos esperar. Tantos son sus puntos débiles, que lo han llevado rápidamente al colapso.
Más aún, la crisis sanitaria global en la que estamos inmersos ha sacado a la palestra, a la calle y a los medios de comunicación, la importancia y la repercusión que tiene la falta de apoyo en nuestro país a la investigación científica, tanto básica como aplicada.
La pandemia ha evidenciado que las medidas políticas de los últimos años no han sido las más apropiadas para facilitar el avance del conocimiento científico. Algo fundamental teniendo en cuenta que la ciencia nos proporciona planes, herramientas, fármacos y vacunas para responder de un modo eficiente tanto a los grandes problemas de salud pública como a la desestabilización socioeconómica que, desafortunadamente, suele acompañarlos.
A grandes males, grandes remedios
Puesto que se atribuye a un aforismo de Hipócrates este conocido refrán, parece evidente que llevamos más de dos mil años haciendo prevalecer la eficacia sobre la eficiencia. Sí, matamos a las moscas, pero a cañonazos. Más fácil –y con menos coste y repercusión– es hacerlo con un matamoscas.
La dificultad de este método es que tenemos que seguir el vuelo y ejecutar el movimiento en el momento adecuado, lo que implica que hemos de estar preparados y pendientes, y ser lo más certeros posible. Pero así, en uno o muy pocos intentos conseguiríamos nuestro objetivo.
Con esto no quiero decir que las drásticas medidas que se tomaron al comienzo de la pandemia no fueran justificadas. La infección global nos cogió por sorpresa, pese a que tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el Consejo de Inteligencia de los EEUU llevaban años instando a prepararnos para hacer frente a una más que probable pandemia.
Además, no teníamos ni idea ni de la capacidad infectiva del nuevo virus ni de sus efectos sobre la salud. Evidentemente, y en eso estamos todos de acuerdo, ante la duda lo más importante era salvar vidas. La situación requirió evitar al máximo la posibilidad de contagios hasta tener claro, en su caso, cuales eran los principales grupos de riesgo, con el fin de protegerlos.
Por otro lado, rápidamente nos dimos cuenta de que era necesario reforzar los sistemas de salud con medios y personal, principalmente las unidades de cuidados intensivos. Algo que no se podía hacer de un día para otro.
Sin embargo, todavía queda la duda de si los costes socioeconómicos que arrastramos a partir de aquella primera crítica ola no superan con creces las cantidades que podrían haberse dedicado desde el primer momento a proteger, a capa y espada, a la población de riesgo y a reforzar el sistema sanitario. Y qué decir sobre los costes que conllevan los retrasos en la vacunación.
Los nuevos grandes retos en salud pública
El pasado año, la Organización Mundial de la Salud publicó un listado de trece retos prioritarios en salud pública. Aunque abordarlos no es sencillo, requieren una respuesta inmediata que debe partir de una elección política tanto local como global.
Los grandes retos (sin que el orden implique prioridad) son:
Incorporar a la salud al debate climático, teniendo en cuenta tanto los efectos de la contaminación en el desarrollo de enfermedades crónicas como la influencia del clima extremo en la malnutrición y las enfermedades infecciosas.
Llevar salud a lugares en conflicto y crisis, con material y recursos humanos.
Lograr que la atención sanitaria sea más justa, a nivel infantil, de igualdad de género, nutricional y de salud mental.
Permitir el acceso global a los diagnósticos, tratamientos y medicamentos, y combatir las terapias no adecuadas.
Detener las enfermedades infecciosas, promoviendo vacunaciones y mitigando los efectos de la resistencia a fármacos.
Estar preparados para futuras pandemias, reforzando los sistemas de salud.
Proteger a la población de los alimentos no saludables –dietas basura, bebidas azucaradas, alcohol y tabaco– y promover el acceso a una alimentación sana.
Invertir en profesionales de la salud, a cualquier nivel y con dedicación y sueldos adecuados.
Proteger a los adolescentes, principalmente de accidentes de tráfico, de enfermedades de transmisión sexual, del suicidio y del uso de drogas.
Ganarse la confianza de la población, proporcionando información fiable y adecuada y educando en salud.
Regular el uso de las nuevas tecnologías, como la edición del genoma humano y la salud digital.
Controlar el consumo de los medicamentos que nos protegen, con especial énfasis en reducir la amenaza de la resistencia a los antibióticos.
Implementar condiciones de higiene sanitarias básicas adecuadas allí donde sea necesario.
Tal y como declaró el director de la OMS, Tedros Adhanom, “tenemos que ser conscientes de que la salud es una inversión para el futuro”. “Los países invierten mucho en proteger a su población de los ataques terroristas, pero no del ataque de un virus, que podría ser mucho más mortal y dañino económica y socialmente”, reflexiona Adhanom. “Una pandemia podría poner de rodillas a la economía y a las naciones”.
En el número 1 del volumen 24 del año 2021 de la La Gaceta de la Real Sociedad Matemática Española hemos publicado (R. Álvarez-Nodarse, F.J. Esteban y N.R. Rodriguez) el artículo Las matemáticas y la covid-19. En artículo completo te lo puedes bajar pinchando AQUÍ y los ficheros de Maxima usados pinchando AQUÍ.
Resumen: A principios de 2020 apareció en la escena sanitaria internacional un nuevo patógeno: el virus SARS-CoV-2 causante de la covid-19, enfermedad que se ha convertido en una pandemia mundial. En este trabajo vamos a explicar, desde el punto de vista de las matemáticas, el porqué de medidas como «lávate las manos y no te toques la cara» o «mantén una distancia de seguridad de x metros», recomendadas por las autoridades para controlar la propagación del virus. También discutiremos la importancia de usar correctamente los datos de contagio a la hora de tomar decisiones o de informar a la ciudadanía sobre la evolución de una pandemia.
Con la aprobación el 11 de marzo de la vacuna de los laboratorios Janssen, filial de la estadounidense Johnson & Johnson, son ya cuatro las vacunas que integran el paquete de compras conjuntas gestionado por la Comisión Europea.
La primera, Pfizer/BioNtech , logró su autorización el 21 de diciembre de 2020. Luego se incorporó la de Moderna, aprobada el 6 de enero de 2021, y más tarde la de AstraZeneca, el 29 de enero. Estas cuatro vacunas tienen una autorización de comercialización condicional. Es decir, dicha aprobación se basa en los ensayos clínicos realizados hasta la fecha.
Por tanto, la población a la que se aconseja la administración de cada vacuna viene fijada, inicialmente, por la población que se ha incluido previamente en los ensayos clínicos.
¿Con quiénes se ensayan las vacunas?
Los ensayos clínicos de las cuatro vacunas autorizadas actualmente incluyeron población con características similares.
En cuanto al sexo, todos ellos incluyeron aproximadamente la mitad de hombres y de mujeres.
Respecto a la edad, existen diferencias en los ensayos clínicos de las diferentes vacunas. Por ejemplo, la vacuna de Pfizer incluyó población mayor de 16 años. Por su parte, las de Moderna y Janssen incluyeron pacientes mayores de 18. Finalmente, los ensayos de Astrazeneca incluyeron población de entre 18 y 55 años.
Por tanto, para la vacuna Astrazeneca no hay datos de su eficacia en pacientes mayores de 55 años. No obstante, los datos de seguimiento de la vacuna en población general han hecho que se valore su utilización en población mayor de esta edad.
En los ensayos clínicos también hubo, al menos, un 30 % de sujetos que presentaban alguna patología crónica como la obesidad. Por tanto, estas vacunas también pueden utilizarse en estos casos, dado que no mostraron ningún efecto adverso destacado.
Por último, es importante añadir que quedaron excluidos ciertos grupos, como la pediatría, el embarazo y la lactancia. Ninguno de los ensayos clínicos realizados hasta la fecha incluyó población infantil (menores de 16 años), mujeres embarazadas ni en periodo de lactancia. Moderna acaba de iniciar pruebas de su vacuna en niños de entre seis meses y 12 años pero no se esperan resultados concluyentes al menos hasta 2022.
¿Pueden vacunarse embarazadas y mujeres en periodo de lactancia?
No existe evidencia biológica de teratogenicidad para excluir a mujeres embarazadas y en periodo de lactancia de los ensayos clínicos, a pesar de las importantes implicaciones que ello tiene.
Por ejemplo, las mujeres que trabajan en profesiones sanitarias pueden estar en un mayor riesgo por infección por SARS-CoV2, por lo que algunos investigadores hablan de paradoja.
La exclusión de las mujeres embarazadas por seguridad ha ocurrido en otros ensayos clínicos, lo que es comprensible.
Sin embargo, esta vez se ha perdido la oportunidad de obtener información acerca de la eficacia y seguridad de las vacunas contra el covid-19 en esta población. Es necesario por tanto, como comentan investigadores del Instituto de Salud Global (ISGlobal) de Barcelona, un plan global de investigación en inmunización materna contra el coronavirus.
No obstante, la OMS apuesta por vacunar solo a aquellas mujeres embarazadas que estén en alto riesgo de exposición al virus o de desarrollar covid-19 grave.
¿Quién no debe ponerse la vacuna?
Existen otros grupos poblacionales en los que pueden estar contraindicadas las vacunas. De manera común y para todas las vacunas disponibles hasta la fecha, se tienen que considerar las siguientes situaciones:
Pacientes que hayan tenido alguna reacción alérgica grave (anafilaxia) o problemas para respirar después de la inyección de cualquier otra vacuna.
En el caso concreto de las vacunas de Pfizer y Moderna, se deben tener en cuenta las posibles reacciones alérgicas graves o inmediatas (aunque no sea grave) a cualquiera de los ingredientes de una vacuna de ARNm contra el covid-19 (como el polietilenglicol).
Pacientes con enfermedad grave o infección con fiebre alta. No obstante, pueden ser vacunados si tienen una fiebre leve o una infección de las vías respiratorias altas como un resfriado.
Pacientes con afectación del sistema inmunitario, bien por alguna enfermedad (infección por el VIH) o por algún medicamento (altas dosis de corticosteroides), ya que podría tener una respuesta inmunológica disminuida a la vacuna.
Pacientes con patologías hemorrágicas que tengan un tratamiento crónico con anticoagulantes (como Sintrom y otros) pueden recibir la vacunación solo si su enfermedad está bajo control.
Estas situaciones deben tratarse de manera individual con su clínico para evaluar si el beneficio supera el riesgo.
¿Cómo se vigila la aparición de efectos secundarios?
La industria que ha comercializado las vacunas debe aportar datos de los ensayos clínicos que están realizando actualmente, con un seguimiento de dos años. Con esta información podremos conocer más datos sobre la eficacia y la seguridad de las mismas.
Así mismo, también disponemos de datos de eficacia y seguridad poblacional a partir de aquellos países que tienen unas mayores tasas de cobertura vacunal.
Por ejemplo, recientemente, en Israel, el país con la mayor tasa de cobertura de la vacuna, han incluido niños de 12 a 16 años en riesgo de infección grave por SARS-CoV-2 en las pautas de vacunación con Pfizer. Los datos muestra que no ha habido efectos efectos adversos relevantes. Esto hace que los esquemas anteriormente establecidos se puedan modificar con el tiempo.
Por otro lado, la publicación de nuevos datos en pacientes mayores de 70 años con la vacuna de Astrazeneca en Reino Unido ha hecho que países como Italia, Grecia, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Suecia, Francia y Portugal incluyan a mayores de 55 años en la pauta de esta vacuna. En España, distintas comunidades lo han solicitado también a la Agencia Española del Medicamento (AEMPS) y hoy Sanidad ha aprobado la vacunación en España hasta los 65 años.
Paralelamente, la administración poblacional de la vacuna también permite detectar la aparición de efectos adversos no observados en los ensayos clínicos disponibles, gracias a las actividades de farmacovigilancia.
Así, ante la aparición de efectos no reconocidos previamente, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) debe estudiar la posible relación causal con la vacuna. Esto es precisamente lo que ha ocurrido con la vacuna de Astrazeneca.
¿Y qué pasa con la vacuna de Oxford y los trombos?
Recientemente se ha notificado la aparición de casos de trombosis tras la inyección de la vacuna de OxforAstrazeneca. A pesar de que el número de eventos tromboembólicos identificados en las personas vacunadas no es mayor que el observado en población general, se trata de un acontecimiento adverso no reconocido previamente.
Por eso, la EMA ha evaluado su posible relación causal con la vacuna. Este proceso demuestra que el sistema de farmacovigilancia europeo es capaz de detectar de forma precoz los acontecimientos adversos no descritos que se producen tras la vacunación. Sin duda, este hecho debe ser tranquilizador y debería generar confianza en el sistema, no lo contrario.
El balance beneficio-riesgo de la vacuna sigue siendo positivo, de acuerdo a las evaluaciones llevadas a cabo por la EMA. En su dictamen indica que la vacuna no está asociada con un aumento en el riesgo general de coágulos sanguíneos (eventos tromboembólicos) en quienes la reciben.
No obstante, sí puede estar asociada con casos muy raros de coágulos de sangre asociados con trombocitopenia. Es decir, niveles bajos de plaquetas en la sangre con o sin sangrado, incluidos casos raros de coágulos en los vasos que drenan la sangre del cerebro. Por su parte, la Asociación Internacional de Trombosis y Hemostasia (ISTH) recomienda continuar con la vacunación de la población diana según el cronograma previsto.
En resumen, aunque cada vacuna por sus ensayos clínicos iniciales pueda destinarse a uno u otro grupo poblacional, estas características pueden ir variando conforme se van adquiriendo nuevos datos.
Hay en marcha un seguimiento muy intensivo de la eficacia y seguridad de las vacunas comercializadas. El reto para la Comisión Europea, la EMA y los gobiernos es que sean flexibles y ágiles en el tratamiento de los nuevos datos que aparecen conforme se incrementa la cobertura vacunal. De esta forma, se podrá optimizar la gestión de la vacunación y garantizar en todo momento un balance positivo entre el beneficio y el riesgo.
Durante este año de pandemia se ha escrito mucho sobre si el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, es estacional al igual que otros virus respiratorios. Es decir, si su capacidad de infección dependerá del clima y será mayor cada año en otoño o invierno. Pero la respuesta se hace de rogar.
Se puede hacer un gran titular como éste sobre el coronavirus –o sobre cualquier otro tema– basándonos en un único resultado publicado por personas de ciencia en revistas de ciencia. Pero cuidado, porque como mínimo hay que contrastar y validar los resultados del estudio en cuestión. Y asegurarse de que se pueden reproducir, claro.
Flaco favor nos hacemos si sesgamos la interpretación de un resultado científico hacia aquello que, por un motivo u otro, nos interesa. Como puede que haya sido este caso.
Qué sabemos sobre la estacionalidad del coronavirus
Por lo que se sabe, la transmisión del coronavirus SARS-CoV-2 no sólo se ve influida por las condiciones ambientales, sino también por otros factores variopintos entre los que se encuentran los de tipo sociológico, microbiológico y fisiológico.
Sin embargo, hay estudios que obvian por completo estos factores. Y no es el único error metodológico que se repite. Como explicaba hace unos meses el experto en ciencias atmosféricas David Pino en The Conversation, con frecuencia los estudios no consideran otras variables que pueden estar influyendo en el análisis estadístico de los datos, ni tampoco el desfase temporal de los datos analizados, ni siquiera que la temperatura y la humedad son variables dependientes (lo cual influye en los resultados estadísticos). Es más, por regla general se tiende a confundir correlación con causalidad.
No estoy muy seguro de si las personas de ciencia en realidad confundimos la correlación con causalidad o si, simplemente, preferimos obviar ese hecho. Por ejemplo, creo que todo el mundo entiende que el que exista correlación entre la temperatura y la incidencia de la COVID-19 no implica que la temperatura sea la causa de que se produzca una mayor o menor incidencia de la enfermedad.
Un titular llamativo basado en una correlación débil
Hace unos días, una universidad estadounidense lanzaba una nota de prensa con el titular “Global analysis suggests COVID-19 is seasonal” (“Un análisis global sugiere que la COVID-19 es estacional”). Interesado, leí con detalle el contenido de la noticia, que incluía declaraciones del autor responsable del artículo afirmando: “One conclusion is that the disease may be seasonal, like the flu. This is very relevant to what we should expect from now on after the vaccine controls these first waves of COVID-19” (“Una conclusión es que la enfermedad puede ser estacional, como la gripe. Esto es muy relevante respecto a lo que podríamos esperar a partir del momento en el que la vacuna controle estas primeras olas de la COVID-19.”)
Aunque ese “puede ser estacional” no es una aseveración categórica, que a continuación se afirme “Esto es muy relevante” puede hacernos pensar que los análisis realizados han arrojado resultados que nos lleven a darlo por hecho. En busca de argumentos que me permitieran, llegado el momento, hablar con conocimiento de causa, me fui al artículo original (“Temperature and Latitude Correlate with SARS-CoV-2 Epidemiological Variables but not with Genomic Change Worldwide”), y leí con detenimiento su contenido.
Aprovecho para decir que el artículo ha sido publicado en la revista científica Evolutionay Bioinformatics, con buena reputación y con revisión por pares, y con cuyo editor-jefe, Dennis Wall, tengo una gran amistad.
En mi opinión, el artículo está muy bien escrito y argumentado. Los análisis realizados, para la metodología estadística que han utilizado, son adecuados. Los resultados se expresan correctamente y las conclusiones del resumen están en consonancia con los resultados obtenidos. En ellas, los autores son prudentes y utilizan palabras como “las tendencias… sugieren un efecto estacional”. Y también concluyen que “serán necesarios más estudios para poder determinar si las correlaciones son más probables debido a…”. Nada definitivo.
No me explico y me cuesta entender cómo, de cara al público (porque en el artículo científico lo expresa todo adecuadamente), el autor senior del trabajo “vende” los resultados casi como una afirmación categórica. Más aún, y puestos a ser quisquillosos, las correlaciones que se obtienen en el trabajo, aunque estadísticamente significativas, son, en su mayoría, débiles (con un valor medio absoluto de 0,24, en un rango absoluto entre 0 y 1). Y si nos fijamos en las más interesantes, como la relación entre temperatura e incidencia, o entre temperatura y mortandad, los números nos dicen que apenas se puede explicar más allá de un 7% de su posible relación.
Otros estudios con el mismo fin utilizan una metodología que es más adecuada para este tipo de análisis, como los modelos matemáticos bayesianos, y no una simple correlación por muy estadísticamente significativa que sea. Es el caso del artículo “Seasonality and uncertainty in global COVID-19 growth rates” (Estacionalidad e incertidumbre en las tasas de crecimiento global de la COVID-19), publicado en la revista PNAS, por indicar un ejemplo de rigor incluso en el propio título del artículo.
Ya lo dijo Bertrand Russel:
“El concepto de probabilidad es el más importante de la ciencia moderna, especialmente porque nadie tiene la menor idea de lo que significa.”
Desde el inicio de la pandemia de COVID-19 a finales de 2019 se han contabilizado más de 82 millones de infectados y cerca de 1,9 millones de fallecidos. Hoy, un año después, estamos en uno de los peores momentos de la pandemia y alcanzar la inmunidad de grupo de forma natural no es una opción viable visto el intento de Suecia. Además, el virus no parece que vaya a desaparecer por sí solo.
Afortunadamente, por primera vez desde el inicio de la pandemia y gracias al esfuerzo sin precedentes de científicos y laboratorios de todo el mundo, contamos con algo gracias a lo que se ha conseguido vencer a otras enfermedades infecciosas en el pasado: las vacunas.
Hasta ahora, gran parte de la gente esperaba la vacuna frente a la COVID-19 con ganas. Sin embargo, ahora que hay varias vacunas aprobadas para su uso y la campaña de vacunación ha empezado ya en varios países, hay ciertos grupos que ven la vacunación con dudas y desconfianza.
Tener dudas sobre lo que no se conoce es completamente normal y es uno de los motores que mueve la ciencia. Sin embargo, estas dudas pueden dar lugar a información falsa y bulos que vuelan como la pólvora en las redes sociales de forma mejor o peor intencionada. Por ello, y porque el mejor antídoto frente la desinformación es la información veraz y contrastada, hemos creado la siguiente guía donde damos una explicación a la mayoría de bulos que hemos encontrado sobre las vacunas frente la COVID-19.
1. “Las vacunas de ARN mensajero van a modificar nuestro genoma”
Falso. Hasta el momento, y con los conocimientos que tenemos de biología molecular y celular, no hay evidencias de que las vacunas de ARN mensajero puedan modificar nuestro genoma y las razones no son pocas, incluyendo que:
El ARN mensajero se degrada muy fácilmente y no le da tiempo a casi nada.
El ARN mensajero no llega a encontrarse con el ADN.
El ARN de las vacunas no se integra en el ADN.
Hasta ahora no se ha encontrado rastro de ningún coronavirus en nuestro genoma.
2. “Se han hecho demasiado rápido”
La velocidad a la que se han diseñado, fabricado y administrado las primeras vacunas ha sorprendido tanto que causa escepticismo sobre si son seguras. La realidad es que se han cumplido todos los protocolos y fases habituales en estos procedimientos. Además, todos los resultados de los ensayos clínicos son públicos y se pueden consultar. Las principales razones por las que estas vacunas se han desarrollado más rápido que otras son las siguientes:
Existe una gran cantidad de información sobre virus similares. Los coronavirus SARS-CoV-1 y MERS-CoV se conocen desde 2002 y 2012, así como la estructura genética o el papel de las proteínas comunes de los coronavirus.
Se están usando prototipos de vacunas preexistentes. Por ejemplo, las vacunas de Oxford o Johnson & Johnson están basadas en adenovirus que se han usado ya en otras vacunas, por ejemplo en la del virus Ébola.
Hay solapamiento de las fases clínicas. Se han realizado estudios en paralelo de fase 1 y fase 2 para conocer, entre otras cosas, la dosis ideal de la vacuna y el tiempo que dura la memoria inmunitaria en los voluntarios.
Se ha comenzado la fabricación a gran escala de millones de dosis antes de tener la aprobación de las agencias reguladoras.
Se ha realizado un inversión económica sin precedentes tanto de instituciones públicas como privadas.
Ha sido fácil conseguir miles de ciudadanos voluntarios.
3. “Las vacunas no son seguras”
Falso. Las vacunas aprobadas han pasado todo el proceso normal en el desarrollo de una vacuna, incluyendo una fase experimental preclínica en animales y las distintas fases clínicas I, II, y III. Además, después de su aprobación entran en fase IV o de farmacovigilancia, en la que se sigue estudiando su seguridad. Hasta el momento se han vacunado ya millones de personas y no se han detectado efectos adversos de gravedad que pongan en duda su seguridad.
4. “Una enfermera se desmayó justo después de vacunarse”
En distintas redes sociales se ha hecho viral un vídeo donde una enfermera llamada Tiffany Dover se desmayó durante una rueda de prensa minutos después de recibir la vacuna de Pfizer/BioNTech en un hospital de Estados Unidos. Incluso hay fuentes que aseguran que la enfermera falleció poco después de vacunarse.
Es cierto que la enfermera se desmayó durante la rueda de prensa. Sin embargo, la propia enfermera matizó en una entrevista posterior que padece lo que se conoce como el síncope vasovagal por el cual puede desmayarse en respuesta a un factor desencadenante como puede ser ver sangre, ciertos dolores, ya sea un padrastro, un golpe en el pie, el pinchazo de una vacuna o un elevado estrés emocional.
5. “La vacuna frente la COVID-19 hace que seas positivo por VIH”
Hace un tiempo el gobierno australiano anunció la suspensión del desarrollo de una de sus vacunas por falsos positivos de VIH (el virus que provoca el sida) durante la fase 1. Sin embargo, esto no tiene nada que ver con las vacunas aprobadas y tiene una buena explicación:
La aparición de falsos positivos de VIH tuvo lugar porque en la vacuna que se estaba desarrollando en Australia utilizaron un pequeño fragmento de una proteína de VIH para dar una mayor estabilidad a la proteína del coronavirus que iba a actuar como antígeno (la proteína S).
El problema es que, en este caso, el sistema inmune de los vacunados, además de generar anticuerpos frente la COVID-19, también genera anticuerpos frente al VIH porque reconoce ese pequeño fragmento estabilizador como algo extraño contra lo que hay que luchar.
¿Y generar anticuerpos frente al VIH no sería algo bueno? No realmente, porque se sabe que esa respuesta no sirve para evitar su contagio pero sí podría interferir en el diagnóstico de HIV dando falsos positivos. Finalmente, se darían falsos positivos de VIH porque en estas pruebas el diagnóstico positivo consiste en identificar la presencia de anticuerpos frente a VIH.
6. “Las vacunas contienen células de fetos abortados”
Falso. Circulan por las redes sociales diversos vídeos en los que se asegura que se están utilizando células de fetos abortados para investigar vacunas frente a la COVID-19, generando una gran polémica. Sin embargo, la realidad es que para la generación de medicamentos o vacunas no se utilizan fetos ni embriones como tal.
Lo que se utiliza en algún momento durante el desarrollo de algunas de estas posibles futuras vacunas contra el COVID-19 son líneas celulares derivadas de tejidos humanos muy concretos de hace décadas (algunas serán derivadas de fetos, otras de diversos cánceres o tumores por ejemplo). Las líneas celulares son células de un único tipo (especialmente células animales) que se han adaptado para crecer continuamente en el laboratorio y que se usan habitualmente en investigación.
Esto puede generar confusión, pero es importante destacar que trabajar con una ‘línea celular’ no es lo mismo que trabajar con las células originales. Además, estas líneas celulares se utilizan principalmente en la fase preclínica de la vacuna para hacer algunas comprobaciones en laboratorio. Por lo tanto, ninguna de las vacunas en desarrollo contiene células de fetos abortados.
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7. “La variante de Reino Unido ha aparecido porque han sido los primeros en vacunarse”
Falso. Reino Unido empezó la campaña de vacunación el 8 de diciembre, convirtiéndose en en el primer país occidental en distribuir una vacuna frente a la COVID-19 (la vacuna de Pfizer/BioNTech). Sin embargo, la variante identificada en Reino Unido estaba circulando al menos desde septiembre. Mucho antes de empezar a vacunar.
8. “Si nos han puesto la vacuna ya podemos ir sin mascarilla y hacer vida normal”
No. Lo primero es que la inmunización se da en dos etapas (dos dosis) y es necesario completar ambas para tener una inmunización más completa. Lo segundo es que la producción de anticuerpos y respuesta celular tarda un tiempo en darse. Además, este tiempo de latencia varía entre poblaciones e incluso de forma individual. Por ello, no debemos considerarnos inmunes frente al virus antes de tiempo y exponer a otras personas al virus.
Por otro lado, hasta el momento, lo que se ha descrito es que las vacunas pueden prevenir los síntomas de la COVID-19, especialmente los más graves, pero no se ha mirado en profundidad si la vacunación puede prevenir la infección. Por lo tanto, lo que sabemos hasta ahora es que al vacunarnos estamos protegidos de la enfermedad pero podemos infectarnos e infectar a otros. Por eso es importante continuar con las medidas de protección: mascarilla, lavado de manos, distancia de seguridad y buena ventilación, sobre todo este primer año de vacunación.
9. “¿Para qué vamos a vacunarnos si no protege de la infección y podemos seguir contagiando?”
Hasta el momento no se sabe si protege de la infección pero sí se sabe que evita las formas más graves de COVID-19. Para muchos esto puede parecer poco pero es un paso muy importante. Prevenir los síntomas más graves de la enfermedad puede prevenir que el sistema sanitario se colapse y así evitar muchas muertes. Además, el hecho de que no se haya estudiado todavía si la vacunación protege de la infección no significa que no lo haga. Se ha visto en diversos modelos animales que algunos de los candidatos a vacuna pueden proteger de la infección.
10. “Las farmacéuticas llevan los procesos en secreto y no publican los datos”
Falso. El desarrollo de las distintas vacunas aprobadas hasta el momento ha pasado un proceso riguroso donde se han publicado absolutamente todos los datos de cada una de las etapas que se han llevado a cabo. Hemos tenido de todo, incluyendo notas de prensa, informes detallados y artículos publicados en revistas de prestigio. Aquí podemos consultar los datos de las vacunas de Pfizer/BioNTech, Moderna y Oxford/Astrazeneca.
11. “Vacunarnos puede provocarnos COVID-19”
Falso. Los efectos adversos de la vacunación son los habituales en estos tratamientos: fiebre, dolor articular o cansancio. Son también algunos de los signos y síntomas inespecíficos de la COVID-19, obviamente en mucho menor grado. Además, las vacunas aprobadas solo utilizan ciertos genes o proteínas del virus para generar una respuesta inmunitaria. Por lo tanto, no existe la posibilidad de que podamos infectarnos simplemente con la vacuna.
12. “Las vacunas no sirven porque hay gente que se vacuna y aun así se infecta”
Para tener una mayor protección con las vacunas aprobadas es necesaria la aplicación de dos dosis con un intervalo de tiempo. Por ejemplo, la primera dosis de la vacuna de Pfizer confiere protección frente a una COVID-19 severa del 52,4%, y aumenta hasta el 95% después de la segunda dosis. Además, el organismo necesita siempre unos días desde la vacunación hasta que se genera la respuesta inmunitaria. Por lo tanto, las personas pueden infectarse en esa ventana temporal entre las diferentes dosis y además siempre existirá ese 5% en el que la vacuna no es efectiva. Un número muy bajo en comparación con el 95% de las personas que estarán protegidas.
13. “Si nos vacunamos podemos quedarnos estériles”
Falso. Hasta el momento no hay evidencias científicas de que ni el virus ni la vacuna interfieran con el metabolismo hormonal a niveles peligrosos ni el desarrollo de tejidos necesarios para la reproducción.
14. “Los científicos usan mucho la frase ‘no hay evidencias’ porque no tienen ni idea”
Falso. En ciencia se utiliza la frase “no hay evidencias”, “los resultados sugieren”, “es posible que”, “parece ser que” porque los científicos hablan sobre lo que se conoce y no se basan en opiniones o creencias. Por poner un ejemplo: “¿Es posible que mañana el sol estalle en mil pedazos y destruya toda la vida conocida? Pues hasta el momento no hay evidencias científicas de que eso vaya a pasar”.
15. “Nos quieren usar como cobayas”
Falso. Las vacunas han pasado todas las fases necesarias para la evaluación de su seguridad de forma satisfactoria. Además ya se ha vacunado a millones de personas y no se han encontrado efectos adversos que hagan dudar de su seguridad.
16. “Con la vacuna te implantan un chip”
Falso. En algunas redes se comenta que Bill Gates va poner un chip en la vacuna que permitirá el rastreo de personas. Este bulo tiene su origen en un vídeo en el que Bill Gates habla de la posibilidad en el futuro de usar certificados digitales con algunas vacunas usando micropartículas, algo que no tiene nada que ver con ningún microchip. Además, en la actualidad no es posible la implantación de ningún chip con la vacuna. Aparte del componente principal (ARN mensajero), la vacuna consta de sales, lípidos y azúcares.
17. “No tengo que vacunarme porque ya he pasado la enfermedad”
Falso. Los diversos grupos de investigación todavía no tienen datos suficientes para responder cuánto tiempo dura la protección de quienes desarrollaron anticuerpos después de pasar la enfermedad.
18. “La vacuna tiene luciferasa”
Falso. Las luciferasas son proteínas muy usadas en los laboratorios porque son inocuas y tienen la capacidad de brillar bajo ciertas condiciones. En general, sirven para visualizar mejor las reacciones cuando se realizan experimentos en el laboratorio porque son muy fáciles de detectar. Sin embargo, ninguna de las vacunas aprobadas contiene luciferasas.
19. “Es mejor esperar a ver qué pasa”
Falso. El beneficio de la vacuna supera con creces el riesgo de tener algún efecto adverso. La probabilidad de que nos infectemos con el virus contagiando a otros, enfermemos y desarrollemos síntomas graves de la COVID-19, llegando incluso a fallecer, es mayor que los posibles efectos secundarios que pueda tener la vacuna. En este caso no se cumple que “el remedio vaya a ser peor que la enfermedad”, de ahí que sea tan importante que nos vacunemos, para protegernos nosotros y a nuestros seres queridos.
20. “El 5G es el causante del coronavirus y se va a agravar con la vacuna”
Falso. Durante la pandemia se compartió que los países con mayor número de antenas 5G era donde más incidencia había de COVID-19. Esto se desmintió poco después porque no se vio esa misma correlación en países asiáticos ni africanos. De hecho, el 5G resulta un progreso muy importante en la práctica médica en vez de un inconveniente para nuestra salud.
21. “¿Para qué vacunarnos de un virus que ‘solo’ mata al 1% de los infectados?”
Visto así, un 1% puede no parecer mucho pero es un número enorme cuando hablamos de vidas y de millones y millones de personas infectadas. ¿Nos meteríamos en una habitación con otras 99 personas sabiendo que una va a fallecer al instante? Hablar sobre números es fácil cuando no nos afecta directamente.
22. “Nadie cuenta la ‘receta’ de las vacunas”
Falso. Debido a la reciente y comprensible inquietud de la población sobre la seguridad de la vacuna, las compañías y la FDA han hecho públicos todos los componentes de la vacuna como si de una lista de ingredientes se tratara para que todo el mundo pueda consultarla. Aquí podemos encontrar un resumen de los ingredientes de las principales vacunas o aquí los ingredientes de la vacuna de Pfizer. En resumen, aparte del componente principal (ARN mensajero por ejemplo), la vacuna consta de sales, lípidos y azúcares.
23. “Las vacunas no sirven porque el virus está mutando”
Falso. Es cierto que los virus mutan porque es la forma que tienen de evolucionar. Sin embargo, los coronavirus son de los virus de ARN que menos mutan porque tienen actividad correctora de errores que los va corrigiendo cuando el virus se multiplica. Aun así, las mutaciones y variantes son muy habituales y van a seguir apareciendo variantes nuevas.
Las vacunas que están disponibles hasta el momento se basan en la proteína S (Spike) completa del SARS-CoV-2. Dentro de esta proteína hay varios sitios que provocan la respuesta inmunogénica. Una variante con un cambio puntual, puede que cambie uno de estos sitios, pero no todos. La vacuna cubre más zonas y seguirá siendo efectiva dentro de los rangos requeridos.
Además, no siempre las mutaciones dan lugar a la aparición de variantes serotípicas. Es decir, que aunque tengan una secuencia diferente, esos cambios no son lo suficientemente grandes o importantes como para que nuestro sistema inmunológico lo reconozca como algo distinto, como un serotipo nuevo. Hasta la fecha no se han identificado serotipos distinos del virus de la COVID-19, pero hay que estar atentos por si en algún momento ocurriera. De ser así, simplemente habría que actualizar las vacunas.
24. “Si las mascarillas y el distanciamiento social son eficaces ¿para qué vacunarnos?”
Las medidas de protección son indispensables para disminuir la probabilidad de contagio pero no son suficientes para evitar que el virus siga infectando. El objetivo de las vacunas es generar una inmunidad de grupo que nos permita volver a la normalidad, algo que no se consigue a través de las medidas sanitarias.
Desde hace unos días muchos medios de comunicación se hacen eco de un modelo matemático desarrollado por investigadores del MIT (Massachusetts Institute of Technology) hecho público el 3 de noviembre de 2020 que intenta dar una estimación del tiempo que tarda una persona en contagiarse si se encuentra en la misma habitación que un portador del SARS-CoV-2, causante de la covid-19, en función de distintos parámetros: tamaño de la habitación, ventilación, tipo de mascarilla, etc. y asumiendo que la única forma de contagio es aérea (o sea, mediante aerosoles).
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Como conclusión es mejor por tanto quedarse con la siguiente máxima: evitar los espacios cerrados con muchas personas, asegurarse de que haya una buena ventilación, ponerse la mascarilla y esperar tiempos mejores. Ah, y ni se os ocurra cantar (la concentración de partículas virales exhaladas por la persona infectada es enorme). Tarde o temprano, gracias a la ciencia, esta pandemia se controlará y volveremos a la normalidad.”
Existen actualmente unos 200 candidatos de vacuna en ensayos clínicos, en fases clínicas de la 1 a la 3. Los objetivos de las vacunas en ensayos clínicos son tres:
Demostrar que son seguras.
Probar que activan el sistema inmunitario en humanos.
Comprobar su efectividad, es decir, su capacidad de proteger frente al virus SARS-CoV-2.
Una gran mayoría de las vacunas en desarrollo tienden a focalizarse en prevenir la infección y se dirigen a la proteína S, que es el sitio de contacto con las células, con la intención de desarrollar anticuerpos neutralizantes.
Sin embargo, el sitio de contacto de la proteína S con la célula, la región RBD, está escondida en su estructura, por lo que para lograr anticuerpos neutralizantes, las vacunas deberían enfocarse a otras partes de dicha proteína o incluso mirar también hacia otros antígenos del virus.
La mayoría de las vacunas han logrado pasar la primera fase, la de toxicidad y seguridad. Por tanto, un número bastante alto de posibles vacunas se encuentran en la fase 2. En esta fase ya han probado su inmunogenicidad, es decir, que la vacunación logre inducir una respuesta adecuada de anticuerpos que reconozcan al virus y de células T citotóxicas, que son las que luchan contra el virus de forma eficaz.
Pero el gran desafío es que logren demostrar que pueden proteger frente a covid-19. En esta especie de urgencia que ha exigido la pandemia a las compañías farmacéuticas e instituciones académicas, se están utilizando diseños muy novedosos y se están realizando alianzas y colaboraciones que no se habían realizado hasta ahora. El objetivo era obtener fondos adecuados para lograr su desarrollo a escala global.
Vacunas más avanzadas
Las vacunas que están en primera línea, o en fase 3, actualmente son 9 y utilizan cinco tipos de formulaciones distintas:
Vacunas inactivadas, es decir, virus completos de SARS-CoV-2 que han sido desactivados y no pueden multiplicarse. Esta aproximación es la más conservadora ya que las vacunas virales actuales de nuestro calendario de vacunación son la mayoría de este tipo.
Vacunas proteicas o peptídicas denominadas subunidad. Estas, en vez de usar todo el virus, utilizan solo las proteínas o partes más pequeñas, como los péptidos, que se pueden obtener mediante biotecnología recombinante en el laboratorio.
Estas vacunas son muy seguras y baratas de producir, pero tienen el inconveniente de necesitar adyuvantes o amplificadores de la respuesta inmunológica. Además, requieren varias dosis para estimular una respuesta inmunológica adecuada frente a SARS-CoV-2.
Vectores con virus no-replicativos o replicativos. Es decir, los virus no replicativos que se modifican genéticamente para reducir su virulencia y hacerles no-replicativos. Los más comunes son los adenovirus en humanos o en otras especies como los chimpacés o los poxvirus, a los que se les incluye la proteína S de covid-19.
Esta proteína que se une al receptor específico ACE2, la enzima 2 que convierte la angiotensina y es su vía de entrada. Su desventaja es que puede existir inmunidad insuficiente , pues al ser virus completos son muy inmunogénicos.
Vacunas de ácidos nucleicos, es decir, son el material genético del virus, bien ARN o bien ADN. Los virus ARN mensajeros son los que están en fases más adelantadas. El ARN suele ser el que codifica, es decir, producirá un solo antígeno diana, normalmente la proteína S.
Para protegerlos de que se degraden, normalmente se encapsulan en nanopartículas compuestas de lípidos. Presentan la ventaja de su seguridad e inmunogenicidad, pero también algunos inconvenientes, como la necesidad de almacenarse a muy bajas temperaturas (menos de 0ºC), lo que dificulta que se pueda exportar a todos los países.
Por otro lado, las vacunas de ADN, suelen ser poco inmunogénicas, tienen que expresarse en las células presentadoras de antígenos o APC, y para aumentar su inmunogenicidad se suelen poner en nanotransportadores como las partículas parecidas a las virales o VLP.
Vacunas basadas en nanopartículas. Estas últimas vacunas tienen un alto potencial por su seguridad, su inmunogenicidad y su capacidad de dirigirse a las células presentadoras de antígenos. También tienen capacidades de adyuvantes, es decir, de amplificadores de la respuesta inmunológica.
En la tabla siguiente se recogen las nueve vacunas más avanzadas en fase 3, el tipo de formulación y vectores que llevan. Asimismo, incluye la compañía que las desarrolla, el país, el número de dosis necesarias, su forma de inmunización y los resultados de los ensayos reportados.
Otros tipos de vacunas en ensayos clínicos
Existen también otros tipos de vacunas que están en fases menos avanzadas, en fase 1 o 2, pero con buenas posibilidades de desarrollo. Entre ellas encontramos:
Vacunas ADN, con plásmidos para producir la proteína S con un nuevo sistema de vacunación sin agujas como la de Inovio Farmaceuticals, o plásmidos ADN con la proteína S y un adyuvante que amplifica la respuesta inmunológica, como la de la Universidad de Osaka-Anges-Takara Bio en Japón.
Proteínas recombinantes como la de la GSK-Sanofi-Dynavax de EEUU, Reino Unido y China con un adyuvante o amplificador de la respuesta imunológica desarrollado por la farmacéutica GSK; la de Vaxine Ptd.-Meditox en Australia que lleva una proteína S y un adyuvante desarrollado por el grupo y que se denomina Advax; o la de la Universidad de Queensland en Australia, que también se compone de una pinza molecular de la proteína S junto con el adyuvante MF59.
Vacunas reutilizadas, vacunas dirigidas a otros patógenos como la de la bacteria de Mycobacterium bovis, BCG, que también protegen frente a coronavirus de forma no específica, lo que también se ha sugerido para la vacuna de la polio oral y la del sarampión.
Previsión de liberación completa de resultados
La presión que se ejerce desde los gobiernos, la sociedad y las organizaciones mundiales de salud es tan alta que muchas de las compañías han eliminado fases aumentando el número de voluntarios reclutados.
Estos suman los 10 000 voluntarios de Novavax, 30 000 voluntarios de Moderna, 44 000 voluntarios de Pfizer, 50 000 voluntarios de Astrazeneca o los 60 000 voluntarios de Jansen. Sin embargo, no existe mucha información sobre el número de voluntarios en las compañías Chinas o en la Rusa.
Según las previsiones, las primeras vacunas que liberarán sus resultados serán Moderna y Pfizer en diciembre de 2020 y Astrazeneca en enero de 2021.
Para poder tomar decisiones, planificar y vivir sin estrés necesitamos activar de cuando en cuando las “neuronas de no hacer nada”, esto es, la red neuronal por defecto o red de reposo.
Tómate un respiro, deja de pensar, y acertarás. Nuestro cerebro funciona mejor si desconectamos más allá de las horas de sueño.
No cabe duda de que nos encontramos en una situación difícil. La COVID-19 ha estado meses aumentando el grado de estrés en nuestro día a día. Y parece que va para largo. Nos cuesta mucho tomar casi cualquier decisión, cuando la tomamos dudamos si hemos acertado, observamos con recelo el comportamiento de los vecinos, las consultas con la almohada se hacen eternas. Encima, cuando por fin conseguimos dormir algo (¡qué alivio!), al despertar, la cabeza sigue dando vueltas.
Cada día salimos de casa vestidos de etiqueta respiratoria e intentamos ser responsables y solidarios, pero vivimos en la incertidumbre, estamos agotados y, a veces, nos encantaría mandarlo todo a paseo. Por eso la frase “Necesito, más que nunca, unas vacaciones” se ha repetido tanto en las últimas semanas.
El estrés daña a nuestro cerebro
Cuando nos sentimos amenazados, el cuerpo responde con una señal de alerta que activa la producción de diferentes moléculas, entre las que se encuentran la conocida adrenalina y, cómo no, el cortisol, la principal hormona del estrés. Así nos preparamos para la defensa y la huida. Cuando la amenaza desaparece, los niveles regresan a la normalidad.
Pero el ritmo de vida de este siglo XXI nos trae de cabeza –nunca mejor dicho–, y las situaciones estresantes están a la orden del día, especialmente la COVID-19. Y, con ello, la hormona del estrés campa a sus anchas y nos vuelve depresivos, aumenta la ansiedad, nos trastorna la tripa y hasta nos hace engordar. Más aún, los niveles elevados de cortisol dañan el hipocampo, la zona del cerebro relacionada con el aprendizaje y la memoria. O sea, que mejor hacemos por encontrar momentos de desconexión, con prudencia y buen quehacer, o nos van a quedar secuelas cuando podamos pasar la página de la pandemia.
Sí, han leído bien: existe una red denominada red neuronal por defecto (default mode network), o red de reposo, que podría considerarse como la red principal y más importante para el funcionamiento del cerebro. De hecho, pese a su nombre, es la que más energía consume de todas las redes cerebrales: necesita el 20% de nuestra energía diaria cuando estamos en reposo y solamente un 5% más cuando nos activamos. Y, aunque suene paradójico, este circuito es el responsable de planificar, razonar, tomar decisiones, e incluso de juzgar, y trabaja de un modo más creativo cuando estamos descansando y no cuando ponemos todo nuestro esfuerzo en resolver el problema. De modo general, el buen funcionamiento de todas las demás redes cerebrales pasa por ella y se basa en su inhibición y activación.
Llevamos nuestro teléfono móvil a todos lados. Nos hemos hecho muy dependientes de estos nuevos chismes, a los que llamamos inteligentes, y les prestamos demasiada atención. Que levante la mano quien nunca haya estado respondiendo mensajes durante una reunión de trabajo o, más aún, quien crea que seguía con detalle lo que se exponía cuando al mismo tiempo estaba tecleando.
Es innegable que la música despierta emociones y produce placer. Podemos escuchar música de un modo activo y crítico, prestando atención y evaluando la interpretación. Pero también hemos sentido cómo la música nos lleva a un estado interno de abstracción que puede, o no, tener relación con la melodía escuchada.
En este sentido, se ha detectado que es posible trazar la red de conectividad de las estructuras nerviosas implicadas, entre las que se encuentran el sistema auditivo –obviamente–, el sistema de recompensa cerebral –que nos genera placer– y, lo más interesante, la red neuronal por defecto implicada en la mente errante y la divagación. Así que podemos “enviar de vacaciones” de vez en cuando a nuestro cerebro escuchando música, a ese bonito y creativo punto de encuentro entre el placer y la desconexión.
Como decía Anatole France: “Me gusta divagar; no hay cosa más agradable y más útil”.
Concretamente, nos planteamos modelar la primera línea de actuación del sistema inmune tras la entrada de un virus en el organismo, la denominada inmunidad innata, y que tiene lugar antes de que se lleve a cabo la segunda línea de actuación, o inmunidad adaptativa.
Cuando nos infecta un virus, como el SARS-CoV-2 por ejemplo, justo en cuanto la partícula consigue entrar en una célula (digamos del pulmón) se activa una primera línea de respuesta basada en un tipo de células del sistema inmune que se denominan macrófagos. En este caso, la función de los macrófagos es, por un lado, capturar y eliminar a las partículas del virus que encuentre en el medio y, por otro, reconocer y eliminar a las células (del pulmón) infectadas por el virus. Mientras se lleva a cabo esta primera defensa, los macrófagos emiten señales que hacen que el sistema inmune se prepare para una segunda línea de respuesta y, con ello, generar la inmunidad adaptativa, que implica a otros tipos celulares, entre los que se encuentran los linfocitos productores de anticuerpos. Para más información, pueden encontrar una sencilla y gráfica explicación en el reciente artículo de África González.
Para modelizar la primera línea de respuesta hemos incluido cómo varían en esta etapa:
La cantidad de virus, debido a su multiplicación al infectar células o su disminución por efecto de los macrófagos.
El número de células sanas susceptibles de ser infectadas por el virus, que aumentará por reposición natural y disminuirá al ser infectadas.
Las células ya infectadas, cuya cantidad puede ir creciendo con la infección y disminuyendo si éstas mueren por sobrecarga viral o por efecto de los macrófagos.
Dada la recién aparición de la CoVID-19, apenas se disponen de datos reales contrastados que nos permitan estimar la precisión del modelo para esta enfermedad en concreto. Es por ello que hemos de indicar que los valores de los parámetros utilizados en las simulaciones no son reales pero que, aún así, permiten describir la dinámica de este mecanismo que forma parte de la primera línea de actuación del sistema inmune.