
[La vida íntima de la poesía. Reproducido con permiso del autor: Dr. José A. Horcajadas]
En uno de los maravillosos ensayos de Mark Strand ”Sobre nada y otros escritos” el poeta norteamericano diserta sobre “la vida secreta de la poesía” y la dibuja como un complejo organismo conmovedor con la propiedad de crear confusión y de invadir nuestros recovecos de una oscuridad diferente de la oscuridad a la que normalmente estamos habituados, la del conformismo. O al menos eso es lo que yo he alcanzado a entender.
En este escrito diseca el impacto de la poesía y estudia el mismo diferenciando claramente el efecto dependiendo del ente receptor. Están quienes aman la poesía y los que no; los que la leen y los que no; los que adoran el sentido de las palabras, los que las usan las mismas como vehículo para llegar a algún lado y los que piensan que las palabras y su conjugación son simple y complejamente el final del camino.
Que la poesía expresa cosas que no se puede decir de otra forma me parece relativamente obvio, como las lágrimas que representan un húmedo lenguaje para determinados sentimientos que, como la emoción o la tristeza, no encuentran, muchas veces, en el diccionario, una fuente de inspiración.
Que la poesía dice más de lo que dice, como afirmaba José Hierro, lo llevo sintiendo como un eco atronador en un lugar inexacto entre mi estómago y mi corazón, en las estribaciones del alma, desde pequeño, ni aún joven, cuando determinados personajes como Miguel Hernández, Benedetti o incluso Quino, el paciente padre de Mafalda, entraron en mi vida como una rambla primaveral y me inocularon la incurable y vital necesidad de viajar con las palabras a los barrios menos visitados de la literatura, barrios alejados de las residenciales vecindades del confort y la simplicidad: la poesía.
La poesía no es un arte al que visitar como se hace con la pintura o la escultura, la poesía es un éter envolvente, una atmósfera amable donde respiramos lo que necesitamos de ella, huyendo del hedor cotidiano, una burbuja, grande o pequeña, donde las obligaciones, el mundo o el odio son apenas unos flecos invisibles en proceso de extinción. Soporte vital de los interrogantes diarios, estrella fugaz de los pensamientos mundanos, atardecer o amanecer de la imaginación del ser humano y pista de aterrizaje del sentimiento más profundo.
Cuenta Mark Strand que cuando era joven su madre le recordaba que había elegido un oficio difícil para ganarse la vida, el de las Bellas Artes. Que tendría que luchar en la sombra, que tendría que esperar muchos años hasta alcanzar algún reconocimiento y que aun así, no era seguro que pudiera ganarse la vida con esto ni mantener una familia. Cuando Mark le dice a su madre que lo que más le interesa es la poesía ella le espeta entonces que jamás podrá ganarse la vida. El poeta estadounidense le aclara explicando que los placeres que es capaz de proporcionar la poesía son muy superiores a los del dinero y la estabilidad. Ella no estaba de acuerdo.
Me pregunto qué sería de la poesía si la mayoría de los poetas hubieran hecho caso a sus padres y madres y hubieran abandonado su sueño para ser abogados o médicos como la madre de Mark sugería. Qué hubiera sucedido, si hubieran sucumbido ante las dificultades, ante la incomprensión, ante la falta de aliento y hubieran abandonado la pluma en un lado del escritorio. Quiero pensar que eso es simplemente imposible, que es un sentimiento irrefrenable, y que en ese momento de decisión, uno piensa que es mejor ser un poeta famélico pero realizado que ser un rico jurista o galeno, sin que dicha afirmación añada un gramo de frustración a los profesionales de las leyes o de la Medicina. En ese sentido, el poeta y novelista inglés Oliver Goldsmith ironizaba afirmando que “ser poeta sería un buen oficio si se pudiera vivir de él” poniendo este angustioso asunto sobre la mesa. La cuestión es que, aunque no se pudiera vivir de él, ¿Cómo se puede vivir sin ser poeta alguien que lo es, si eso es lo que aman y sienten las personas que conocen la gran verdad de su sentimiento y necesitan transmitirlo? Pedro Salinas sostenía que los poetas se pueden definir como los seres que saben decir mejor que nadie donde les duele…
¡Y cuánto razón llevaba! … Y ¡Cuánto duele! ¿Cómo quedarse mudos pues? ¿Cómo aguardar en silencio? ¿Cómo dejar sin palabras el diario desequilibrio mental que acontece en las desangeladas azoteas sin baranda y en los polvorientos balcones cercanos que coronan las complicadas mentes de los poetas y las poetisas?
El poema es un sueño despierto rezaba Tomas Transtömer. Es describir algo haciendo descarrilar las fronteras de su propio significado, escribí yo un día. La poesía es la razón de ser de los que anteponen el alma a sus vidas y la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras: en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra, una doncella tierna, casta, honesta y discreta que diría Cervantes, y siempre la mejor amiga de la soledad. “La vida en sus más profundos repliegues es la fuente de toda la poesía, el sentimiento más íntimo de lo indecible”, lloraba Jean Lucien Arreat, lo indecible solo tiene un lenguaje, la poesía. Los poetas pertenecen a un reducto grupo de seres humanos que anteponen el romanticismo al éxito y bucean sin escafandra en un mar turbio que los llena a la par, de miedo y entusiasmo, ante la observación de las profundidades oceánicas.
Reprimir la vocación de un joven suele ser un acto estéril cuando el don existe. Enseñarle las dificultades del camino no hace, en la mayoría de las ocasiones, sino avivar más aun el deseo, por la consecución de un sueño que, en el caso de la poesía, nace de la lectura, de la conexión con poemas escritos hace decenas, a veces cientos de años, rindiendo homenaje al pasado, prolongando la tradición hasta el presente. Y de un espíritu sensible que percibe, con un sexto sentido, brillos imperceptibles en el ambiente que aturden el resto de los sentidos. Nace de la observación, alejada de la ciencia, de la luna, el otoño, la nieve o un banco maltrecho que naufraga en un olvidado parque. De la lentitud envenenada que nos invita a degustar cada palabra y a buscar, no ya el trasfondo inmediato, sino la tenue luz de un estadio anterior que originó el poema. Nace de conocer y querer amar la multiplicidad de los significados y su patio trasero para inventar poemas imposibles de entender.
Los poetas y las poetisas viven y sufren en público la agonía de la vida íntima de la poesía que corre por sus venas lijando, sin éxito, su exceso de sentimiento para tratar de convertirlos en seres convencionales. Quién no esté familiarizado con la poesía quizá desconozca esto. En los momentos trascendentales de nuestra existencia, la poesía, y también la música, que es poesía en movimiento, son los únicos lenguajes para interpretar los sentimientos y el ánimo. No hay margen de duda, esos momentos fundamentales de nuestra vidas, sin la poesía, se inundarían, irremediablemente de silencio y banalidad.
Dr. José A. Horcajadas
AUTORES CITADOS
Mark Strand, poeta, ensayista y traductor estadounidense (1934-2014).
José Hierro, poeta español (1922-2002).
Miguel Hernández, poeta y dramaturgo español (1910-1942).
Mario Benedetti, escritor, poeta, dramaturgo y periodista uruguayo (1920-2009).
Quino (Joaquín Salvador Lavado), humorista gráfico e historietista argentino (1932-2020).
Oliver Goldsmith, escritor y médico anglo-irlandés (1728-1774).
Pedro Salinas, escritor, poeta y ensayista (1891-1951).
Tomas Transtömer (Tomas Gösta Tranströmer), psicólogo, escritor, poeta y traductor sueco (1931-2015).
Miguel de Cervantes, novelista, poeta, dramaturgo y soldado español (1547-1616).
Jean Lucien Arreat, escritor y filósofo francés (1841-1922).