¿Sirve mascar chicle para aliviar el estrés y para disminuir el apetito?

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Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

Quien no se estrese que levante la mano. Y bien está que nos estresemos algún día y de modo puntual, pero con frecuencia sentimos que nos estresamos incluso varias veces en el mismo día.

En este sentido, y según la Confederación Europea de Sindicatos, el 60 % de los días que se pierden en el trabajo se relacionan con el estrés y los riesgos psicosociales. Es más, consideran que el estrés es una epidemia.

Y puesto que hay evidencias que apuntan a que el estrés puede contribuir al desarrollo de trastornos mentales como la ansiedad y la depresión, si no podemos controlar las situaciones que nos estresan, ¿cómo podemos al menos reducir el estrés que estas situaciones nos generan? ¿Sirve de algo, por ejemplo, mascar chicle?

Pues a mascar chicle

Un estudio reciente ha recopilado y analizado toda una serie de trabajos que se han llevado a cabo para demostrar si mascar chicle ayuda o no a reducir el estrés.

En este estudio, realizado mediante el procedimiento denominado metaanálisis, se concluye que mascar chicle, algo tan barato, tan a mano y tan bien tolerado por nuestro organismo, es un modo efectivo de reducir el estrés y la ansiedad. No obstante, también se indica que serían necesarios más estudios para su confirmación inequívoca.

¿Y cómo surte este efecto? Entre los trabajos analizados los hay que indican que una de las zonas del cerebro implicadas es la corteza prefrontal que, actuando sobre el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal y el sistema nervioso autónomo, participa en el control de funciones cognitivas tales como la atención y la inhibición de los impulsos.

En ese sentido, también hay estudios que indican que el propio hecho de mascar chicle y su sabor influyen sobre los niveles de cortisol, la hormona del estrés, producida por las glándulas adrenales. Es más, se podría considerar como un indicador de emociones positivas de ayuda en situaciones estresantes.

Mascar chicle y comer menos

Pero eso no es todo. Mascar chicle también reduce el apetito y hace que picoteemos menos, algo interesante a tener en cuenta si queremos comer poco. Concretamente, lo estudios indican que con 45 minutos mascando chicle podemos conseguirlo.

Además, también disminuyó la sensación de apetito en un grupo de personas que mascaron chicle sin azúcar después de 12 horas de ayuno. En ellas se detectó el aumento de una proteína relacionada con el glucagón, la GLP-1, que normalmente aumenta después de comer y que se propone como un factor de saciedad.

Sin embargo, es interesante destacar que otro estudio indica que mascar chicles de menta reduce las ganas de comer fruta, y esto, sin duda, afecta a la calidad de los alimentos que ingerimos.

Curiosamente, en el caso de quienes se han sometido a intervenciones quirúrgicas abdominales, el efecto de mascar chicle es el contrario: disminuye el tiempo que tarda en volver la sensación de hambre. Por eso se plantea usarlo como tratamiento postoperatorio no farmacológico que ayude a recuperar el apetito de estas personas cuanto antes.

Otros beneficios de mascar chicle

Aun con evidencias no del todo concluyentes, parece que los chicles sin azúcar, y concretamente aquellos con xylitol como edulcorante, ejercen un efecto complementario al cepillado de dientes que reduce la inflamación de las encías.

Y, en relación con los efectos secundarios de la quimioterapia en pacientes pediátricos, como las úlceras que pueden aparecer en la boca (mucositis oral), hay trabajos que indican que mascar chicle puede ser efectivo para reducir la mucositis moderada o leve.

Para terminar con otro ejemplo de los posibles beneficios de masticar chicle, recientemente se ha detectado que mascar chicle antes de una intervención quirúrgica disminuye la sensación de sed y se relaciona tanto con una menor incidencia de náuseas como de molestias en la garganta, ronquera y ganas de ir al baño después de la operación, además de un menor tiempo de hospitalización.

Eso sí, todas y todos tranquilos porque parece ser que, frente al estereotipo popular, tanto mujeres como hombres somos igualmente multitarea y podemos andar y mascar chicle a la vez.The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

En las células el tamaño importa

Células del cerebelo. Atlas histológico UJA.

Antonio Alba Robles. Divulgación Científica en Biología Celular. Proyecto de Innovación y Mejora Docente de la Universidad de Jaén.

La unidad básica de la vida es la célula. De modo general, podemos decir que hay dos grandes grupos de células: eucariotas y procariotas.

La principal diferencia entre ellas es que en las eucariotas podemos encontrar el núcleo celular, un orgánulo con membrana que alberga y protege el material hereditario, el ADN. En general, las procariotas carecen de orgánulos membranosos.

Los organismos procariotas, como las bacterias y las arqueas, están formados por una sola célula. Sin embargo, las células eucariotas son la unidad básica de los organismos multicelulares como los animales, las plantas y los hongos, aunque también existen eucariotas de una sola célula, como las amebas y las levaduras.

El tamaño importa

Algo que llama la atención es el diferente tamaño entre las células procariotas y las eucariotas. Las procariotas son, por lo general, mucho más pequeñas. Pero ¿por qué?

La respuesta está en que el menor tamaño de las procariotas permite que las moléculas se difundan mejor por su interior, como los iones y los nutrientes que capturan o las sustancias que debe eliminar. En las células eucariotas, estos procesos se localizan en estructuras llamadas orgánulos.

Además, el pequeño tamaño de las células procariotas ayuda a que se dividan mucho y rápidamente. Por el contrario, las células eucariotas se dividen menos y su división depende de su función y de los tejidos en los que se encuentra. Incluso hay células eucariotas que no se dividen, como la mayoría de las neuronas.

Bacterias gigantes

¿Son todas las células procariotas más pequeñas que las células eucariotas? Como casi todo en la naturaleza, depende. Una célula procariota mide tan sólo una millonésima de metro, y una eucariota entre 10 y 100 veces más. Pero hay excepciones.

No hace mucho se ha descubierto la existencia de una bacteria gigante. Su tamaño es de, aproximadamente, 1 cm. Esta bacteria es más grande que algunos animales multicelulares, como por ejemplo los nematodos, que apenas llegan a los 3 milímetros.

¿Qué determina el tamaño de nuestras células?

El tamaño de una célula se define por su forma y por el espacio que ocupa su contenido, el llamado citoplasma. La membrana celular es la estructura que delimita el interior de la célula con su entorno.

En la especie humana, y en la gran mayoría de especies pluricelulares, las células tienen morfologías muy variadas y funciones muy diferentes unas de otras. Es más, el tamaño y la forma que tienen las células están estrechamente relacionada con las tareas que estas desempeñan.

Por ejemplo, una célula de la sangre, como un linfocito, es esférica y mide unas ocho millonésimas de metro, mientras que el cuerpo principal (el soma) de una neurona de forma piramidal del cerebro mide diez veces más.

La relación entre la estructura y la función

La encargada de dar forma y tamaño a las células es la evolución. Así, los diferentes tipos de células han ido surgiendo con el aumento en el número, la variedad y la complejidad de los procesos fisiológicos que ocurren en los organismos a lo largo de la escala filogenética.

Uno de los principios más importantes en la biología es la relación que existe entre la estructura y la función, sea una célula o una parte del cuerpo. Es decir, si no existe una estructura con una forma y unos componentes concretos, no puede ocurrir la función.

Puesto que un linfocito es pequeño y esférico, puede desplazarse por el sistema circulatorio y llegar a donde sea requerido para actuar como célula del sistema inmune. Y que una neurona se conecte con otros cientos o miles de neuronas depende de la presencia de su estructura ramificada (dendritas y axones).

Como dato curioso, hay neuronas en nuestro cuerpo que pueden llegar a medir más de un metro de longitud. Por ejemplo, aquellas cuya parte principal (el soma) se encuentra a nivel de la médula espinal y cuyas terminaciones neuronales controlan el movimiento de un músculo del pie.

Cómo hacer que nuestras células luchen contra el cáncer

Células de cáncer de mama. Imagen de dominio público obtenida por el Dr. Cecil Fox. National Cancer Institute. National Institutes of Health, USA.

Iván Rodríguez Arévalo. Divulgación Científica en Biología Celular. Proyecto de Innovación y Mejora Docente de la Universidad de Jaén.

El cáncer es una enfermedad que se produce cuando las células se dividen sin control alguno e invaden los tejidos de nuestro organismo. La gravedad puede depender tanto de los tejidos y órganos que invada como de la capacidad de las células cancerígenas de llegar incluso a zonas del cuerpo muy distantes de su lugar de origen.

Nuestro principal mecanismo de defensa frente a enfermedades, sobre todo las debidas a agentes externos como virus, hongos y bacterias, es el sistema inmune. Este sistema está formado por un complejo entramado de moléculas, células, tejidos y órganos que pueden reconocer lo extraño frente a lo propio.

Como las células cancerígenas pertenecen a nuestro propio organismo, los componentes del sistema inmune no las reconocen. Esto es debido a unas moléculas que actúan a modo de DNI celular, que son propias y diferentes para cada persona. De modo general, se agrupan en el denominado complejo principal de histocompatibilidad (histo = tejido) y de ahí la dificultad de encontrar órganos compatibles en los trasplantes.

Reeducar a los linfocitos T

Los linfocitos T son un tipo de células del sistema inmune que pueden reconocer lo extraño frente a lo propio y combatirlo. Puesto que estos linfocitos no atacan a las células cancerígenas, al reconocerlas como propias, en la lucha contra el cáncer se están diseñando unas moléculas llamadas CAR (de las siglas en inglés para receptores de antígenos tumorales), que detectan a componentes específicos del tumor. Con ello, ayudan a los linfocitos T a reconocer a las células cancerosas para que actúen contra ellas.

Las primeras CAR que se diseñaron sólo producían una respuesta débil en la lucha contra el cáncer. Sin embargo, las CAR de segunda, tercera y cuarta generación presentan una estructura que permiten que el linfocito T reconozca mejor a la célula tumoral. Estos nuevos y potentes complejos moleculares son los llamados “CAR dependientes de adaptador”. Además, con esta terapia se intenta que un mismo linfocito pueda reconocer varios tipos de tumores, lo que supone una mayor protección.

El problema de los tumores sólidos

El tratamiento con CAR funciona bien en pacientes con tumores sanguíneos, en los que las células están en un entorno líquido. Pero cuando los tumores son sólidos, pueden crear un ambiente mucho más adverso para ser reconocidos.

Por ejemplo, las células malignas pueden producir el llamado factor de crecimiento transformante, que hace que determinadas células del sistema inmune, en concreto los macrófagos, cambien su función y en lugar de activar nuestras defensas las desactiven.

Afortunadamente, se está diseñando otro tipo de CAR, en este caso para que reconozca a este factor de crecimiento. Así, un linfocito T que encuentre al CAR unido al factor podrá atacar al tumor que lo libera.

También se están desarrollando sistemas que permitan que los linfocitos, además de liberar las toxinas (citotoxinas) que producen para acabar con los invasores, también sean capaces de atacar a las células cancerosas con un complejo CAR-citotoxina que penetre en los tumores sólidos y actúe desde dentro.

Activando a otras células luchadoras

Otras células del sistema inmune, como los macrófagos y las células NK, también son objeto de estudio en este tipo de terapias en la lucha contra el cáncer.

Los macrófagos y las células NK pertenecen al sistema inmune y son capaces de reconocer y destruir a los invasores. Además, los macrófagos pueden ayudar a otras células, como los linfocitos, a reconocer a lo extraño.

Se están generando tanto macrófagos como células NK modificadas genéticamente con el fin de que muestren en su membrana moléculas CAR, lo que aumenta su eficacia como agentes antitumorales.

Aún queda camino por recorrer en el diseño de este tipo de terapias, y en la evaluación de su efectividad y seguridad, pero no cabe duda de que los resultados son prometedores.

Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos

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Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

No hay ninguna duda de que reír –y sonreír– es bueno para la salud, tanto física como mental. Y un modo facilón de provocar la risa es recurriendo a las cosquillas. Hacer cosquillas, además, busca el acercamiento y el contacto físico, sobre todo con los peques de la casa. Y no cabe duda de que nos conduce a momentos divertidos.

Hay dos tipos de cosquillas

A finales del siglo XIX se describió que podemos percibir las cosquillas de dos modos diferentes, que se denominaron knismesis y gargalesis. La knismesis son las cosquillas suaves y ligeras, como las generadas por el roce de una pluma. La sensación es más bien de picor y no suele provocar risa. La gargalesis se refiere a las cosquillas más intensas, que producen risa cuando se hacen en zonas concretas del cuerpo.

Hay estudios que indican que con las cosquillas se genera una sensación u otra pero, generalmente, no ambas a la vez. Parece ser que porque los receptores sensitivos de la piel, y también las vías nerviosas asociadas, son distintos.

Las cosquillas intensas

Las cosquillas de tipo gargalesis, o sea, las de la risa, son más complicadas que las caricias tipo knismesis. Los estudios llevados a cabo apuntan a que la risa que aparece con las cosquillas es más bien consecuencia de un comportamiento social que de un reflejo, por ejemplo en la interacción entre madre e hijo, o en el preludio sexual.

Además, cuando se hacen cosquillas intensas entran en juego elementos de dominación y sumisión. Y hemos de tener en cuenta que la risa que provocan las cosquillas no implica que nos apetezca reír en ese preciso momento, pues también dependen del contexto y del estado de ánimo.

Como se ha indicado anteriormente, las cosquillas intensas sólo ocurren si se provocan en ciertas partes del cuerpo, principalmente en la planta del pie, las axilas, el cuello y la barbilla. Desde el punto de vista del comportamiento, ocupan un lugar propio al ser la única forma de contacto que hace reír. Y bien sabemos que no nos las podemos provocar a nosotros mismos. Pero, ¿por qué no?

Si me las hago no me río

Nuestro organismo se encarga de recoger y procesar la información sensitiva a través de un complejo sistema de receptores y vías nerviosas denominado sistema somatosensorial.

Cuando nos provocamos a nosotros mismos una sensación táctil, el sistema somatosensorial la percibe con menos intensidad que si la fuente de estimulación es externa. Todo apunta a que esto se debe a la diferencia de capacidad predictiva sobre las consecuencias que pueden tener las acciones autogeneradas frente a las acciones externas.

En otras palabras, nuestro cerebro interpreta un estímulo táctil propio como menos amenazador que uno externo. Y esto ocurre también con las cosquillas, tanto con las ligeras como con las intensas.

Midiendo las cosquillas

Hace un par de meses se publicó un estudio científico muy interesante cuyo objetivo era tratar de caracterizar la fisiología de las cosquillas intensas (la gargalesis) y su supresión por autoestimulación.

Participaron ocho chicas y cuatro chicos, con una media de edad de unos 30 años. Se agruparon por parejas que pertenecían un mismo círculo social para asegurar una, digamos, cierta familiaridad y facilitar el estudio.

Cada persona adoptó antes o después el papel de hacer o recibir las cosquillas según su propia elección. La respuesta a las cosquillas se cuantificó a partir de medidas acústicas, visuales y fisiológicas, y teniendo en cuenta la experiencia subjetiva de cada participante.

Se detectó que los cambios fisiológicos (en la circunferencia torácica y las expresiones faciales) aparecían simultáneamente unos 0,3 segundos después del estímulo, y la vocalización unos 0,2 segundos después. Tanto el tiempo de duración como las propiedades de vocalización se correlacionaron con la experiencia subjetiva: a más risa mayor sensación de cosquillas.

Cuando a cada persona se le pidió que realizase el gesto de hacerse cosquillas a la vez que las recibía de su colega, la sensación disminuía y la vocalización se retrasaba. Sobre todo si ella misma se intentaba hacer cosquillas de verdad.

Todo apunta a que, en general, cuando nos tocamos se activa en nuestro cerebro un mecanismo de inhibición y de supresión de la vocalización. Y de ahí que si te haces cosquillas a la vez que otro te las está haciendo disminuya el efecto, o que no te rías nada si sólo te las haces tú.The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

¿Por qué nos da pereza hacer deporte, sobre todo al principio?

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Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

Nadie pone en duda a estas alturas que hacer ejercicio es salud, tanto física como mental. Aun así, el nuevo Eurobarómetro sobre el deporte y la actividad física muestra que casi la mitad de la población europea no practica ejercicio alguno. ¿La razón? La mayoría alega que no dispone de tiempo, a lo que se suma en ocasiones la falta de motivación y la ausencia de interés.

Sin embargo, hay estudios que muestran que el tiempo deja de ser un motivo si tenemos el apoyo de la familia y de los amigos, o si sencillamente nuestro médico insiste en que nos activemos físicamente. Es más, estas investigaciones revelan que las personas que practican deporte con regularidad se organizan mejor el tiempo.

En realidad, procrastinamos

Especialistas en este campo indican que el problema de la gestión del tiempo no es tanto su escasez sino nuestra tendencia a la procrastinación. Procrastinar es un verbo últimamente de moda que, según la RAE, significa ‘diferir, aplazar’. Tiene su origen en el adverbio latino cras (mañana, el día siguiente).

Pues bien, resulta que casi la mitad de todos los estudiantes y alrededor de la quinta parte de los adultos se declaran procrastinadores severos y crónicos.

Ignoran, probablemente, que posponer nuestras tareas no solo puede llegar a ser contraproducente en el día a día profesional y personal, sino que además afecta a la percepción que tenemos sobre nuestra calidad de vida. Procrastinar produce ansiedad, depresión, estrés e insomnio, trastornos cuya frecuencia aumenta también si no se practica ejercicio. Al final, es la pescadilla que se muerde la cola.

No es pereza, sino una batalla interna

Lo normal es que asociemos la procrastinación con ser perezosos o incluso algo incompetentes. Pero la neurociencia nos dice que la procrastinación, en el fondo, se debe a una batalla interna biológica: la que libran nuestro sistema límbico y la corteza prefrontal, interconectados.

El sistema límbico incluye toda una serie de estructuras cerebrales relacionadas con la activación de las emociones. Es un sistema muy potente que, desde el punto de vista evolutivo, apareció en la escala filogenética antes que la corteza prefrontal.

En cuanto a esta región de la corteza cerebral, se encarga de generar comportamientos complejos tales como el razonamiento, la resolución de problemas y la cognición social. Por todo ello recibe el apodo de “centro de la personalidad” y se considera la estructura cerebral más evolucionada.

Ante una situación o tarea que nos pueda parecer poco agradable, procrastinamos porque el sistema límbico gana a la corteza cerebral. Elegimos sentirnos mejor en ese momento, preferimos la recompensa inmediata. Así pues, posponemos la tarea sin tener en cuenta que ese retraso pueda ser contraproducente y acabar generándonos malestar.

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Ya entrenaré mañana

El ejercicio es particularmente susceptible a la procrastinación. Hay muchas personas que perciben la práctica deportiva como algo desagradable y aversivo. Detrás de esa aversión puede haber aburrimiento y frustración que, a su vez, son estupendos predictores de la procrastinación. Todo cuadra.

Además, hay estudios que indican que implicarse en una actividad física intensa tiende a llevarnos a un estado de activación poco agradable. Aunque muchos de nosotros experimentamos un mejor estado de ánimo después del ejercicio físico intenso, mientras lo practicamos no es tan agradable. La aversión inicial a ponerse en movimiento, y el estar tan a gusto en casita cuando nos planteamos la opción, nos puede llevar a la procrastinación.

Más actividad física y menos procrastinación

Un estudio reciente que incluía a 621 personas (274 mujeres y 347 hombres) entre 18 y 83 años de edad y que practicaban algún tipo de actividad física ha demostrado que con la práctica deportiva percibimos que tenemos mayor calidad de vida y mejor salud física y mental, y que somos menos propensos a procrastinar.

En este trabajo se detectó que si se practica ejercicio al menos 150 minutos por semana la percepción sobre la propia salud es mucho más positiva.

El poeta inglés Edward Young dijo: “El tiempo perdido es la existencia; utilizado es la vida”. Vivamos, pues, y no nos limitemos a existir.The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Comer chocolate o pensar en sexo: cosas extrañas que nos hacen estornudar

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Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

Que hay una relación entre el chocolate y el sexo es algo que más de una vez hemos escuchado o leído en algún medio, incluso de carácter científico.

Y así parece ser: la frecuencia en el consumo de ese alimento es un buen predictor del interés por el sexo, principalmente en mujeres. Pero, atención, en sentido negativo: a las mujeres que comen más lo primero les interesa menos lo segundo.

La explicación puede estar en que el chocolate contiene feniletilamina, una molécula que estimula la producción de serotonina y dopamina y, así, genera en nuestro cerebro una sensación de placer.

Pero esta no es la única relación entre actividades a priori tan distintas. También tienen en común los estornudos, pues hay personas que estornudan cuando piensan en sexo o al comer chocolate.

Por qué estornudamos

El estornudo es una reacción fisiológica que actúa como mecanismo de defensa. Se debe a una irritación de las mucosas de la nariz o de la garganta y se produce por muy diversas causas. Los motivos más frecuentes son los virus del resfriado o de la gripe, el polen, el polvo y la contaminación.

Pero también podemos estornudar por otros motivos que, aunque parezcan más raros, no lo son tanto. Así, la luz del sol, algunos alimentos (como el chocolate), ciertos medicamentos, las emociones fuertes y el sexo también son motivo de estornudo.

Por cierto: a aproximadamente el 20 % de la población se le escapa uno cuando se le hurga la nariz para hacer la prueba de la covid. Y es importante tener esto en cuenta para que el personal sanitario y los familiares estemos preparados ante un buen espurreo que podría contener virus.

El estornudo fótico

El síndrome del estornudo fótico es una condición con base genética (autosómica dominante) estudiada desde hace décadas. También ocurre en una quinta parte de la población, que estornuda cuando el ojo se expone a una luz repentina y brillante, como la del sol al salir de un espacio con poca iluminación.

Aunque aún no se conoce con detalle el mecanismo por el cual se desencadena esta reacción, las principales hipótesis apuntan a que se produce una activación cruzada de vías nerviosas. Dicho de otro modo: que se cruzan los cables.

Por ejemplo, y sin entrar en detalle, una de las hipótesis indica que la luz brillante y repentina activa de un modo excesivo, a través de la retina, las vías nerviosas ópticas, exceso de información que se cruza a las vías trigéminas y genera las sensaciones que hacen estornudar.

Esos caminos cruzados también están implicados en otros trastornos como la migraña y los derivados del estrés psicológico. Por eso no ha sido una sorpresa detectar que las personas con el síndrome del estornudo fótico sufren más dichos trastornos.

Sexo y… ¡achís!

En un trabajo de revisión científica, llevado a cabo en 2008, se describió lo que los autores indicaron como “una respuesta curiosa en algunos individuos: estornudar cuando piensan en el sexo o en respuesta a un orgasmo”. En él comentan casos, ya estudiados desde finales del siglo XIX, como los de Wilhelm Fliess, un joven otorrinolaringólogo amigo de Freud que denominó a este fenómeno “neurosis refleja nasal”.

Aquí, el mecanismo causante parece ser un efecto sumatorio en el sistema nervioso parasimpático, hipótesis también tenida en cuenta para explicar el efecto fótico. Tal y como una estimulación parasimpática da lugar a una dilatación venosa y, por lo tanto, a la tumescencia del pene y del clítoris, el efecto sumatorio de activación nerviosa en estas personas puede provocar secreciones e irritación en la nariz que producen el estornudo.

Chocolate y estornudo neandertal

La relación entre el chocolate, el estornudo y los neandertales sólo la hemos encontrado publicada en un blog sobre genética. Así que, por nuestra parte, queremos señalar que no está contrastada y no se ha sometido a revisión externa como procedimiento científico habitual, pero nos parece interesante incluirla.

En dicha publicación se indica que entre el 20-30 % de la población estornuda cuando come chocolate negro con un porcentaje de cacao superior al 70 %. A estas personas se les asocia una variación genética que procede de los neandertales. También hay quien ha heredado de esta especie caracteres como el pelo rojo o una mayor capacidad de fecundación.

El autor del artículo en el blog apunta a que el mecanismo responsable es la estimulación del nérvio trigémino. En este caso se supone que por algún componente del cacao puro que irrita la mucosa nasal.

En una de sus greguerías, Ramón Gómez de la Serna dice que “las chispas son estornudos de Satanás”. Quién sabe si ya relacionaba el estornudo con el sexo y la gula.

Y ojo al estornudar, que le pueden preguntar en qué está pensando. ¡Salud!The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Los trastornos mentales y el verano

Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

Algunos días nos sentimos con menos energía y de mal humor, sea primavera, verano, otoño o invierno, y esto le pasa a cualquiera. Pero hay personas que sufren trastornos mentales específicos que están relacionados con los cambios de estación, como la denominada depresión estacional. Y también las hay que, padeciendo una enfermedad mental concreta, como la esquizofrenia, ésta se les manifiesta con más intensidad en una estación dada.

Quienes trabajamos en conocer las bases genéticas, moleculares y celulares de las enfermedades y de los trastornos mentales bien sabemos que, en la mayoría de los casos, las variaciones estacionales dependen de alteraciones en el funcionamiento de nuestras células, de las rutas metabólicas y moleculares que en ellas se producen y, en última instancia, de nuestros genes, si bien aún queda mucho por conocer.

Depresión estacional

Un ejemplo claro de trastorno relacionado con los cambios de estación es el que así se denomina: el trastorno afectivo estacional (TAE). Se corresponde con un tipo de depresión que comienza y finaliza casi siempre en la misma época del año. Los síntomas de quienes sufren este trastorno suelen iniciarse en otoño, continúan durante el invierno y, afortunadamente, apenas se manifiestan durante la primavera y el verano. No obstante, existe un pequeño porcentaje de personas con TAE a quienes le ocurre lo contrario: se sienten deprimidas principalmente en primavera y verano, y los síntomas desaparecen en otoño e invierno.

Si bien los síntomas del TAE son similares a otros tipos de depresión, entre los mecanismos moleculares implicados se han detectado alteraciones en el ritmo circadiano (procesos que regulan el funcionamiento de nuestro organismo a lo largo del día y de las estaciones), en la sensibilidad de la retina a la luz, en el metabolismo anómalo de la melatonina, y en la disminución de la liberación de neurotransmisores, principalmente la serotonina.

Según los expertos, y por indicar algunos datos epidemiológicos, en la población en general la prevalencia del TAE se encuentra entre el 1-10%, con una frecuencia casi el doble en mujeres que en hombres y una aparición media entre los 25-35 años, decreciendo su incidencia con la edad. Como nos podemos imaginar, el TAE es más común en los países nórdicos como Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia, aunque también influyen otros factores como el clima, la dieta, y los sociales y culturales. Y, cómo no, los genes que heredamos o que se modifican a lo largo de nuestra vida, principalmente aquellos de los que depende un funcionamiento adecuado de los ritmos circadianos.

Otros trastornos

En relación con la estacionalidad de otras alteraciones mentales concretas, como el trastorno bipolar, la psicosis y la esquizofrenia, son interesantes los resultados detectados en un estudio llevado a cabo en Grecia entre 2013 y 2019, un país con latitud y clima similares al nuestro. El principal objetivo del análisis fue estudiar el efecto de la temperatura en los ingresos en un hospital de pacientes con estos trastornos. Pues bien, se detectó un pico en los ingresos por desorden bipolar en el verano, independientemente de haber consumido, o no, alcohol u otras drogas. También se observó un efecto estacional en pacientes con psicosis y con esquizofrenia, con una disminución en invierno. Curiosamente, un aumento de un grado centígrado en la temperatura ambiental se asoció con un incremento de un 1-2% en las admisiones mensuales. O sea, que un aumento en la temperatura parece ser que se asocia a un aumento en los brotes psicóticos. No obstante, no olvidemos que correlación no implica causalidad.

Los ritmos circadianos y las alteraciones del sueño están estrechamente relacionados con estos trastornos en el estado de ánimo, como el TAE, la depresión y el trastorno bipolar. De hecho, algunos de los fármacos que se utilizan en ellos tratan de estabilizar dichos ritmos circadianos. Con el fin de conocer si hay una base genética, en un estudio en cerebros de pacientes ya fallecidos que sufrieron depresión mayor se detectó que la expresión de los genes que controlan los ritmos circadianos fue más débil en estos que en los de personas sanas, y que dicha alteración se encontraba en regiones cerebrales que se asocian a los estados de ánimo, tales como la corteza prefrontal, el hipocampo, el núcleo accumbens y, cómo no, la amígdala.

Necesidad de dormir

El adecuado funcionamiento de los ritmos circadianos en el cerebro es muy importante para maximizar la eficiencia energética y la salud de nuestras neuronas, pues es bien conocido que nuestro cerebro usa un 20% de la energía de todo nuestro organismo y lo hace de un modo muy eficiente. Durante el día las neuronas están a pleno rendimiento para nuestra actividad general, los cual da lugar a la producción de especies reactivas que dañan el ADN de las propias neuronas. Durante el sueño se activan los mecanismos para eliminar esos productos tóxicos y reparar los daños en el ADN. Es por ello que necesitamos dormir bien, en calidad y en cantidad (al menos seis horas), pues en caso contrario alteramos estos procesos moleculares.

En definitiva, poco a poco vamos desentrañando los bases genéticas y moleculares de cómo el reloj circadiano afecta a los trastornos y a las enfermedades mentales. Puesto que participa en el funcionamiento adecuado tanto del sistema nervioso (en la neurotransmisión) y del eje hipotálamo-hipófisis (en el control hormonal), como del metabolismo y del sistema inmune, una alteración del mismo sin duda influye en los estados de ánimo y parece ejercer un efecto clave en los trastornos y en las enfermedades mentales.

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en Ideal Jaén. Lea el original.

Que no nos gusten las lentejas o el brócoli va en los genes

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Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

No siempre podemos elegir lo que comemos y, cuando podemos, en la elección influye toda una serie de factores culturales, ambientales, psicológicos y, cómo no, biológicos. Sí, lo que nos gusta comer también va en nuestros genes.

Así, una vez más –y esto no es nuevo–, nuestro comportamiento está determinado en parte por la naturaleza y en parte por el ambiente.

Los gemelos suelen tener los mismos gustos por la comida

Los profesionales de la salud tienden a señalar que lo que nuestras hijas e hijos prefieren comer suele depender de lo que encuentran en casa, si bien madres y padres percibimos que la elección les viene de nacimiento.

En este sentido, un estudio llevado a cabo en una población de 2 402 familias con gemelos analizó la contribución de la genética y del ambiente sobre la inclinación hacia toda una amplia variedad de alimentos. Los resultados indican que la genética domina en la elección de vegetales, frutas y proteínas, mientras que el ambiente lo hace sobre lo que picoteamos, los lácteos y los azúcares.

O sea, que a nuestros hijos les gusten los alimentos más sanos y nutritivos, esos que intentamos incluir en su dieta, depende de la genética; en cambio, lo que más engorda y es menos sano depende de que lo encuentren a mano.

Y sí, son bien conocidos los casos de gemelos a quienes a ambos les gusta –o disgusta– lo mismo. Otro estudio llevado a cabo también con este tipo de hermanos, y que incluía a más de 2 000 individuos, mostró que la elección de la comida basada en sabores y características nutritivas similares estaba determinada no sólo por el ambiente compartido, sino también por la genética.

¿Y qué ocurre cuando los gemelos se hacen mayores? Que el factor heredable se mantiene: si no les gustan las lentejas, ninguno come lentejas. Sin embargo, la influencia del ambiente compartido desaparece en favor de la experiencia personal: cada uno decide si tener a mano o no, para picotear, de lo que más engorda.

Lo que nos dicen los genes

A mediados del pasado mes de mayo se publicó un interesante estudio, llevado a cabo en nada más y nada menos que 161 625 individuos, acerca de qué variaciones en los genes se relacionan con los alimentos que nos gustan o que no.

En primer lugar, los autores establecieron tres grandes grupos de alimentos: los altamente palatables y energéticos (postres, carnes y los muy sabrosos y agradables); los de pocas calorías (vegetales, frutas y cereales); y los que vamos probando por gusto, es decir, los adquiridos (café sin endulzar, bebidas alcohólicas, quesos y vegetales de sabor fuerte).

A continuación los relacionaron entre sí. Detectaron una correlación de elección de moderada a alta entre los de pocas calorías y los adquiridos, mientras que la elección de los muy sabrosos y energéticos era independiente de cualquiera de los otros dos grupos. Este resultado sugiere que los procesos que subyacen a la elección de las comidas tan gustosas son independientes a los demás.

Después relacionaron la presencia de variaciones en los genes con el consumo de alimentos y detectaron 1 401 asociaciones entre las variantes genéticas y la elección de determinados alimentos. Por ejemplo, encontraron que la mutación rs1229984-SNP, localizada en la enzima que degrada el alcohol, se vinculaba al consumo de la mayoría de las bebidas alcohólicas, si bien el efecto disminuía si las bebidas eran más fuertes. Es decir, la mutación permite la tolerancia al alcohol pero hasta cierto punto.

Cuando se priorizaron los genes con variantes, destacaron aquellos que codifican para receptores de sabores y olores. Así, la mayor asociación se detectó para el gen OR4K17 (un receptor olfativo) y el gusto por la cebolla.

Entre los receptores de sabores, se identificaron relaciones entre los de sabores amargos y los grupos de alimentos adquiridos y de pocas calorías. Concretamente, variantes del gen TAS2R38 se vincularon a comidas saladas, bebidas alcohólicas, el rábano y la toronja o pomelo.

Además, el gen FGF21, que codifica para un modulador celular y que previamente se había asociado al consumo de dulces, se relacionó negativamente tanto con las comidas fuertes y muy grasas como con el pescado, los huevos y la mayonesa.

La puntuación poligénica del sabor

Otros estudios confirman este tipo de predisposición congénita. Un trabajo presentado recientemente en el congreso de la Sociedad Americana de Nutrición, realizado sobre 6 230 personas, ha identificado la asociación entre variantes genéticas y cada uno de los cinco sabores básicos (dulce, salado, amargo, agrio y umami), así como también con factores de riesgo cardiometabólico.

Para ello han desarrollado la llamada puntuación poligénica del sabor (PPS), que proporciona un valor sencillo a partir del efecto acumulativo de diferentes variantes génicas sobre la percepción de un sabor concreto. Una PPS alta para lo dulce indica, por ejemplo, que una persona tiene una predisposición elevada a percibir ese sabor.

Los resultados mostraron que los genes relacionados con los sabores amargo y umami están más relacionados con la calidad de la elección de los alimentos en la dieta. Así, los participantes con mayor PPS-amargo comen dos porciones menos de cereales que los que puntúan más bajo, y los de mayor PPS-umami comen menos vegetales que los que son menos proclives a experimentar ese sabor.

Por otro lado, este grupo de investigación ha detectado que los genes relacionados con la sensibilidad hacia el dulzor son más importantes para la salud cardiometabólica. Un PPS-dulce alto está relacionado con una menor concentración de triglicéridos.

Jean Anthelme Brillat-Savarin, autor del primer tratado de gastronomía, pronunció en el siglo XIX el famoso aforismo “dime lo que comes y te diré quién eres”. Hoy también podemos decir “dime lo que comes y te diré cómo son tus genes”, y viceversa.The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

En una competición lo hacemos mejor si nos creemos superiores

Shutterstock / Niphon Subsri

Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

Aunque nos duela, existe una jerarquía social en la que hay oprimidos e inocentes que sufren la desdicha y el castigo sin merecerlo, mientras muchos de “los de arriba” les miran con indiferencia. Así lo refleja la galardonada película Los santos inocentes, basada en el libro del mismo título de Miguel Delibes.

Podríamos pensar que la competitividad existe porque hay unos que están arriba y otros que están abajo. Que todo se reduce, más o menos, a sobrevivir y a competir entre niveles.

Pero no. También se compite con quienes están en el mismo nivel. Es más, para que un individuo dentro de un grupo prospere no basta con que centre sus esfuerzos en los recursos disponibles. Además, debe tener en cuenta el rango social y el comportamiento de los otros miembros del grupo.

El éxito depende del rango social y de contra quién competimos

La jerarquía y la competición han sido y son estudiadas por disciplinas tales como la psicología, la sociología, las ciencias políticas, la economía y la ecología. Pero hasta ahora se sabía muy poco de los mecanismos biológicos y celulares de las interacciones competitivas.

Recientemente, un equipo investigador de Boston (EE.UU.) ha publicado un interesante artículo en la revista Nature en el que demuestra, en un grupo de ratones, la existencia de unas neuronas concretas que codifican la estructura del rango social de unos animales con respecto a otros. Además, en el trabajo se detecta cómo influye la información que procesan las células sobre las decisiones que se toman al competir.

Para el estudio se registró la actividad neuronal de los ratones mientras competían, de un modo natural, por la comida. Los resultados indican que los roedores más dominantes son los que más alimento consiguen. En cuanto al éxito competitivo, varía según el rango social del animal en relación a los demás competidores.

Por ejemplo, los ratones de un rango social medio tienen mayor éxito si compiten con ratones subordinados de su grupo, y menor éxito si lo hacen con ratones más dominantes también de su grupo. Pero este efecto disminuye si la prueba se realiza entre ratones de grupos diferentes. Eso indica que no es una cuestión de fuerza, rapidez o “superioridad” real: simplemente los ratones compiten menos si se enfrentan a adversarios que saben que están en un rango superior. Si lo ignoran, compiten con la misma ferocidad que frente a sus iguales.

Como es lógico, si se modifica la recompensa y el entorno (por ejemplo, la cantidad y la distancia hasta llegar a la comida), los animales también ajustan su comportamiento según el resultado económico y las condiciones ambientales bajo las que compiten. Es decir: se muestran más motivados si hay mayor recompensa y si las condiciones son más favorables.

Competir, tener éxito y el rango social están relacionados

Las neuronas que codifican este complejo comportamiento se localizan en la corteza cingulada anterior, un área del cerebro imprescindible para el control cognitivo y emocional. Pues bien, en esta zona hay dos tipos de neuronas con funciones distintas: unas guían el comportamiento competitivo y otras evalúan el rango social y modulan a las anteriores.

Lo sorprendente es que son las del rango social las que permiten predecir el éxito futuro de la empresa que se va a acometer, con una precisión de un 71 %. Más aún, estas neuronas se encargan de integrar la información no sólo del rango social relativo, sino también de las experiencias previas en cuanto al éxito. En función de la posición social y de los triunfos previos, nos guiará en cómo nos enfrentamos a una competición, en qué decisiones tomamos frente a nuestros rivales.

Manipulando las neuronas que controlan el esfuerzo competitivo

Si los resultados anteriores indican que hay neuronas concretas en la corteza cingulada anterior cuya actividad afecta a las decisiones que tomemos en la competición a la que nos vamos a enfrentar, ¿qué ocurrirá si las manipulamos?

Pues ocurre lo esperado: la excitación de las neuronas del rango social aumenta la posición del individuo en el ranking de dominancia en su grupo, mientras que la inhibición lo lleva a una posición más baja.

En cuanto a la competición, si se excitan estas neuronas se observa que el comportamiento competitivo es selectivo, ya que el éxito solo aumenta si los ratones compiten frente a otros que sean más dominantes. Y cuando las neuronas se manipulan inhibiendo su función, el éxito competitivo disminuye sólo cuando compiten con subordinados.

Según Miguel de Cervantes “Dos linajes sólo hay en el mundo: como decía una abuela mía, que son el tener y el no tener, aunque ella al de tener se atenía.” Y sí, abuela, el que “tiene” compite con uñas y dientes.The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

I International Congress “Brain Dynamics and Consciousness”

El estudio de la relación entre mente y cerebro es clave para caracterizar la consciencia, entendida como los sentimientos y las experiencias que nos hacen ser como somos, que determinan nuestra vida interna subjetiva y que nos llevan a interaccionar con lo que nos rodea.

Especialistas procedentes de campos del conocimiento como la biomedicina, la computación, la filosofía, la física, las matemáticas y la psicología presentarán e integrarán, en el I International Congress “Brain Dynamics and Consciousness”, y a través del estudio de la dinámica cerebral, las principales teorías, procedimientos de análisis y resultados obtenidos en la caracterización de la consciencia, así como su aplicación clínica en la detección de estados de consciencia en enfermedades y trastornos mentales, y en pacientes en coma.

El congreso se celebrará, en la Universidad de Jaén, del 20 al 22 de abril. Puedes encontrar más información en la web del grupo organizador de la UJA: ComplexMindLab.

Los contenidos, sin duda, pueden ser de interés para estudiantes y profesorado de diferentes grados, másteres y programas de doctorado.

No es necesaria la inscripción, la asistencia es gratuita y libre, y se emitirá un certificado de asistencia a quien lo solicite.

El programa puedes encontrarlo aquí.

Te ruego que lo difundas y que te animes a asistir.

Saludos cordiales.

Sergio Iglesias
Antonio Ibañez
Francisco J. Esteban
Grupo de Investigación “Sistemas y Organismos Complejos” (UJA)
complexmind.es